-Yo soy filipina y no conozco mi país. Hay 7.000 islas. Vuelvo una vez cada dos años y solamente estoy un mes.
-Necesitas más de tres vidas para conocerlas todas.
-Solo contarlas, vaya fatiga.
En realidad, son 7.107 islas. ¿Cuáles se perderán en el redondeo?Este año, como el pasado (puedes leerlo aquí) hemos participado en Bizilagunak-La familia de al lado.
Nada más abrir la convocatoria para apuntarse, comprometí a Ramón (mi hijo) y Lorena (su pareja) para que vinieran hoy a comer a casa. La de vueltas que le he podido dar al menú. La decisión final fue tomate de la huerta con aguacate y queso, y tomate con bacalao ahumado, que se podían acompañar de tapenade; pimientos rojos asados -también de la huerta- y merluza en salsa verde.
Estábamos los tres en la cocina aliñando los tomates cuando ha sonado el timbre: eran las 13:54. Han llegado con seis minutos de antelación.
Entran en orden: Valentina, una jovencísima estudiante de Trabajo Social, de origen colombiano, 18 años y en tareas de dinamizadora; Ángela, Candie y Lina, tres mujeres originarias de Filipinas.
-Hola, soy Lucía.
-Yo, Ángela.
-Ángela, como mamá.
Nos sentamos en la sala para conocernos un poquito, para familiarizarnos con los nombres, para las primeras presentaciones. Candie quiere beber agua porque el sol y la caminata le han provocado sed.
Agua para todas.
Entre las tres suman 58 años de vida en España y con Valentina son 69. La que llegó primera, en 1985, fue Lina.
-En aquel tiempo, en las casas había cocinera, jardinero, chófer, doncellas, cuidadoras de niños... Mi esposo a lo largo del día podía cambiarse hasta cinco veces de uniforme: de camarero con guantes blancos, chófer, jardinero, limpiador...
La quinta tarea no la recuerdo.
-Estando de interna, llegas a trabajar hasta 18 horas al día, porque nos levantamos a las 6 o 6:30 y a medianoche todavía estamos sacando al perro.
De derecha a izquierda: menda, Lorena, Ángela, Lina, Candie, Valentina. La foto es de Ramón.
Durante la comida nos contamos nuestras historias: Ángela es viuda; Candie tiene esperanzas de volver a su país; Lina tenía la ilusión de comprar una vivienda aquí. Ahorró y eligió el pisito con su hija. Iniciaron los trámites para el hipotecario. El director de la sucursal les dijo que no habría problema, pero lo hizo sin consultar a la central. Se desvaneció el piso, perdió sus ahorros y, sobre todo, la ilusión de tener una casa propia en la que envejecer.
Qué coraje siento. Se me incendia el estómago. Recreo el día en que a Lina le llegó la tristísima noticia y me imagino al director de la sucursal tomando un vino y su pinchito con los amigotes del barrio.
-¿Qué comida os gusta más?
-La paella y las alubias, que al principio me sentaban muy mal.
-Y la fabada.
-El cocido madrileño.
-¿Habláis tagalo?
-Sí. También inglés. En mi país hay 170 lenguas.
¡¡¡170!!! Pocas me parecen para tanta isla.
Pasamos al café, al té. Nos han traído un postre: putus hechos por la sobrina de... Son una especie de magdalenas de harina de arroz, muy suaves. Lo sorprendente es que no se cuecen en el horno, sino al vapor.
-¿Cómo conseguís la harina de arroz?
-Ahora la compramos en la tienda china de la estación de metro de Las Arenas, pero antes la hacíamos nosotras. Se pone el arroz a remojo la noche anterior y luego se muele. Mucho trabajo.
Nos hemos preparado unos regalos: Ellas nos traen bombones; yo les he decorado unas jaboneras en pequeños platos y he moldeado jabones morados con olor de azahar. Ni una foto, oye.
Candie canta en un coro. En el repertorio está 'Hegoak ebaki banizkio'.
-La cantamos, pero no sé qué significa.
-Yo te digo: Habla de un pájaro. Si le cortara las alas, sería mío, no se iría, pero de ese modo no sería pájaro y yo lo que quería era el pájaro.
Estas mujeres, como tantas y tantas, volaron desde Filipinas. Vinieron a vivir entre nosotros. Me queda la cosa de que, cuando han querido salir de la habitación de servicio, alguien se ha encargado de cortarles las alas.
Hay muchas personas filipinas en nuestro entorno: Ellos, en las cocinas de los restaurantes que frecuentamos; ellas, en las casas, cuidando de nuestros mayores o de los hijos. ¿Sabes el nombre de alguna de ellas?
Me queda ese sabor agridulce de que quizá como sociedad no lo hemos hecho nada bien. Hoy ha sido una oportunidad para un retrato. Y ellas, en esa foto de familia, salen muy favorecidas.
Gracias a quienes cada año ponen su energía para coordinar un evento de tales dimensiones: atomizar un universo rico, diverso y plural en nuestras cocinas.
Por mí, celebraría otra comida de estas en primavera.
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