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13 de marzo de 2021

Confía en mí: Puedes volar

No sé cuántos años tendría yo de aquello, pero ya habían trasladado el cementerio de al lado de la parroquia de Andra Mari a su ubicación actual.

 Habíamos ido mamá, papá, Marta y yo a pasear por la parte alta de Getxo, de lo que hoy llamamos Andra Mari. En aquel tiempo, el cementerio era extrarradio total. Había dos caseríos cerca y no lo entendíamos. No digo ya cuando construyeron allí un edificio de casas de azulejo blanco...

Sin compañía, no podíamos ir tan lejos. Al llegar al cementerio subiendo de la parroquia, el muro era bajito. En esa parte, mis recuerdos me llevan a donde enterraban a los niños sin bautizar y a los masones, pero quizá estoy mezclando la disposición del viejo cementerio, el que estaba al ladito de la iglesia de Andra Mari.

Me subí al muro y seguí el paso por su cumbre: Kareletik, diríamos en euskera. Al llegar mucho antes del portalón de entrada al cementerio, ya estaba yo a unos dos metros de suelo firme. Tenía que hacer algo: saltar o volver sobre mis pasos.

Papá extendio los brazos en cruz. "Salta", me dijo. Sacudí la cabeza de izquierda a derecha. No. Me daba miedo. "Salta. Confía en mí". Y volé a sus brazos, que me sostuvieron antes de que mis pies dieran con la tierra.

"Confía en mí": No hay mejor lección para atreverte a cualquier cosa.

Siempre he creído que el feminismo me lo enseñó mamá, pero ahora veo que también papá colaboró a mi audacia.

19 de julio de 2020

De volcanes, terremotos, icebergs y glaciares

Los icebergs solamente dejan ver el 10 % de su volumen; los volcanes escupen dos tipos muy distintos de lava; la parte más veloz de los glaciares es la central; uno de los primeros indicios de un maremoto es que el mar se retira hacia sí misma; cómo mide la escala Richter la fuerza de los terremotos, que se pronuncia Rigter... Hace 50 años que don Jacinto Gómez Tejedor nos enseñó estas cosas en un aula del Instituto de Getxo y estoy segura de que aún hoy aprobaría el examen.
En aquel tiempo, dejábamos la escuela al cumplir 9 o 10 años. En mi barrio, éramos decenas de chiquillos y chiquillas de las 50 familias recién asentadas; la mayoría, de parejas recién casadas. No sé cuántos iríamos al instituto. Lo que sé es que solamente 4 iniciamos una carrera universitaria y tres de ellas éramos mis hermanas y yo.
El instituto -que luego se llamaría Julio Caro Baroja- se inauguró en 1966 y mi hermana fue una de las primeras alumnas. Cuando comenzó el curso, Marta tenía nueve añitos, pero era tan formal y aplicada que pasó de la escuela al bachillerato. Dos años después, me incorporé yo. En mi primer curso estábamos las niñas por un lado y los niños en la otra ala. Para mi segundo curso, el instituto se hizo mixto de verdad. Ese fue uno de los primeros logros de don Jacinto. Qué fue aquello: interminables guerras de tizas, los niños y las niñas en peleas continuas...
Don Jacinto era el director. A nosotras nos daba clase de... de... ¿De qué sería aquello: Geografía, Naturales, Geología...? Era tan bueno y tan apasionado que he olvidado poco de lo que nos enseñó.
En 2002, me sorprendió su esquela en El Correo.
Otro de sus logros fue el jardín botánico del instituto. Como lo tengo camino de casa, esos pocos días en que encuentro las puertas del jardín abiertas, entro a darme un paseo.
En 2014, decidieron dedicar un espacio a Ramiro Pinilla, porque su novela 'La higuera' está ubicada en ese jardín.


Algún septiembre he tenido la oportunidad de entrar y, en lugar de recoger calabazas, me he comido algún higo de esa higuera.

12 de noviembre de 2017

Nuestras vecinas filipinas

-Yo soy filipina y no conozco mi país. Hay 7.000 islas. Vuelvo una vez cada dos años y solamente estoy un mes. 
-Necesitas más de tres vidas para conocerlas todas.
-Solo contarlas, vaya fatiga.
En realidad, son 7.107 islas. ¿Cuáles se perderán en el redondeo?
Este año, como el pasado (puedes leerlo aquí) hemos participado en Bizilagunak-La familia de al lado.
Nada más abrir la convocatoria para apuntarse, comprometí a Ramón (mi hijo) y Lorena (su pareja) para que vinieran hoy a comer a casa. La de vueltas que le he podido dar al menú. La decisión final fue tomate de la huerta con aguacate y queso, y tomate con bacalao ahumado, que se podían acompañar de tapenade; pimientos rojos asados -también de la huerta- y merluza en salsa verde.
Estábamos los tres en la cocina aliñando los tomates cuando ha sonado el timbre: eran las 13:54. Han llegado con seis minutos de antelación.
Entran en orden: Valentina, una jovencísima estudiante de Trabajo Social, de origen colombiano, 18 años y en tareas de dinamizadora; Ángela, Candie y Lina, tres mujeres originarias de Filipinas.
-Hola, soy Lucía.
-Yo, Ángela.
-Ángela, como mamá.

Nos sentamos en la sala para conocernos un poquito, para familiarizarnos con los nombres, para las primeras presentaciones. Candie quiere beber agua porque el sol y la caminata le han provocado sed.
Agua para todas.
Entre las tres suman 58 años de vida en España y con Valentina son 69. La que llegó primera, en 1985, fue Lina.
-En aquel tiempo, en las casas había cocinera, jardinero, chófer, doncellas, cuidadoras de niños... Mi esposo a lo largo del día podía cambiarse hasta cinco veces de uniforme: de camarero con guantes blancos, chófer, jardinero, limpiador...

La quinta tarea no la recuerdo.

-Estando de interna, llegas a trabajar hasta 18 horas al día, porque nos levantamos a las 6 o 6:30 y a medianoche todavía estamos sacando al perro.
De derecha a izquierda: menda, Lorena, Ángela, Lina, Candie, Valentina. La foto es de Ramón.
Durante la comida nos contamos nuestras historias: Ángela es viuda; Candie tiene esperanzas de volver a su país; Lina tenía la ilusión de comprar una vivienda aquí. Ahorró y eligió el pisito con su hija. Iniciaron los trámites para el hipotecario. El director de la sucursal les dijo que no habría problema, pero lo hizo sin consultar a la central. Se desvaneció el piso, perdió sus ahorros y, sobre todo, la ilusión de tener una casa propia en la que envejecer.
Qué coraje siento. Se me incendia el estómago. Recreo el día en que a Lina le llegó la tristísima noticia y me imagino al director de la sucursal tomando un vino y su pinchito con los amigotes del barrio.
-¿Qué comida os gusta más?
-La paella y las alubias, que al principio me sentaban muy mal.
-Y la fabada.
-El cocido madrileño.
-¿Habláis tagalo?
-Sí. También inglés. En mi país hay 170 lenguas.

¡¡¡170!!! Pocas me parecen para tanta isla.
Pasamos al café, al té. Nos han traído un postre: putus hechos por la sobrina de... Son una especie de magdalenas de harina de arroz, muy suaves. Lo sorprendente es que no se cuecen en el horno, sino al vapor.
-¿Cómo conseguís la harina de arroz?
-Ahora la compramos en la tienda china de la estación de metro de Las Arenas, pero antes la hacíamos nosotras. Se pone el arroz a remojo la noche anterior y luego se muele. Mucho trabajo.

Nos hemos preparado unos regalos: Ellas nos traen bombones; yo les he decorado unas jaboneras en pequeños platos y he moldeado jabones morados con olor de azahar. Ni una foto, oye.

Candie canta en un coro. En el repertorio está 'Hegoak ebaki banizkio'.
-La cantamos, pero no sé qué significa.
-Yo te digo: Habla de un pájaro. Si le cortara las alas, sería mío, no se iría, pero de ese modo no sería pájaro y yo lo que quería era el pájaro.
Estas mujeres, como tantas y tantas, volaron desde Filipinas. Vinieron a vivir entre nosotros. Me queda la cosa de que, cuando han querido salir de la habitación de servicio, alguien se ha encargado de cortarles las alas.
Hay muchas personas filipinas en nuestro entorno: Ellos, en las cocinas de los restaurantes que frecuentamos; ellas, en las casas, cuidando de nuestros mayores o de los hijos. ¿Sabes el nombre de alguna de ellas?
Me queda ese sabor agridulce de que quizá como sociedad no lo hemos hecho nada bien. Hoy ha sido una oportunidad para un  retrato. Y ellas, en esa foto de familia, salen muy favorecidas.
Gracias a quienes cada año ponen su energía para coordinar un evento de tales dimensiones: atomizar un universo rico, diverso y plural en nuestras cocinas.
Por mí, celebraría otra comida de estas en primavera.

9 de septiembre de 2017

Sororidad getxotarra

 Mi amiguísima, mi hermana, prima Estibaliz, o algo así, me presta este texto.
Va por ti, por mí, por todas:


Mujeres.
Os miro y me doy el gusto de masticar la palabra, así, en plural:
Mu je res.
Somos mujeres.
Somos mujeres y vivimos en red.
Vivir en red es colaborar en la supervivencia.
Y de eso sabemos las hembras de muchas especies.
También nosotras.
Y me repito.
Mujeres.
Y colaborando en red.
Una red que sostenemos todas juntas
porque hubo un día en que quisimos meternos debajo,
y lo hicimos,
y que nos sostiene a todas ,
porque no es una red de pesca
y podemos bajarnos.  
Nos mantiene a flote.
Sirve para saltar muy lejos y volver vivas a casa.
Es la misma red que usan las equilibristas.



Yo soy una mujer, como vosotras, y como vosotras formo parte de esta red, en la que cada una vuelca lo que tiene y lo que sueña. Y yo sueño escribiendo.
Soy mujer, agente y poeta. Y estas tres identidades también trabajan en red. Comparten experiencias y hallazgos y escriben cogidas de la mano.
La escritura me permite dibujar el mundo, desde la mujer que soy y desde mi trabajo como agente. También me permite acercarme a otras mujeres, a su dolor, su indefensión y su miedo, y construir con todo ello un acto de justicia poética.
Escribir cura porque haciéndolo, vacío los cajones de telarañas y le pongo nombre al miedo.  Además,  necesito la justicia poética  que me aporta, para poder seguir luchando por un mundo igualitario y seguro para nosotras. 
Mujeres.
Por eso, las puntadas que quiero añadir a esta red provienen de escribir un monólogo para una mujer muerta que, muy cabreada, acude a comisaría a poner una denuncia.
Se titula  Piojos con la uñas.  Y no sé muy bien si es un poema o un puñetazo que pego sobre la mesa porque necesito protestar.
Os lo leo.



Piojos con la uñas

Vengo a denunciar al Presidente del Gobierno y al Ministro de Justicia, porque, por fin, estoy muerta. Pero no tengo prisa. Ustedes sabrán donde se apunta.
Seguro que existe una casilla para marcar las muertes cantadas.  Tendrán un manual. Un vademécum de la culpa que explique el nivel de implicación de los acusados.
Búsquelo, necesito que se entienda bien.
Estoy aquí para demostrar que son culpables.
Quiero denunciarlos por complicidad y por dejación de ayuda.
¿Creé usted que prosperará la denuncia?
Le veo preocupado. Como si no supiese qué hacer con mis palabras.
Es su trabajo. Preguntar y tomar notas.

Yo estoy muerta porque nadie vio nunca nada.
Ocurre tan poco a poco  la muerte
que sigues contestando al teléfono.
Y hasta te crecen las uñas.
Te matan en silencio.
Sin facturas.
Un trocito cada día.

Rellene su jodido cuestionario.
 No sea pusilánime.
Que yo sea la muerta es circunstancial.
Ha ocurrido hace unas horas.
Me mató en casa
como quien aplasta piojos con las uñas.

Necesitarán pruebas
y yo estoy aquí para eso.
Un cadáver dispuesto a declarar.
El caso más fácil de su vida.
Me han traído los forenses con el trabajo hecho.
Éramos viejos conocidos y la autopsia, más que autopsia,
ha sido un reencuentro.

Matar es sólo un gesto.
Aprietas
y el cuello se rompe
como se rompen los vasos
que se caen solos de las manos.

Pero no se equivoque conmigo.
No quiero promesas, ni despachos
donde pueda hablar mucho más cómoda de mi problema.
Quiero denunciar al Presidente del Gobierno y al Ministro de Justicia
y que me asignen un abogado de oficio.

La violencia es inmensa,
pero esto no es una guerra.
Duerman tranquilos.
Las guerras se hacen contra los pueblos
y las mujeres no somos un pueblo.
Se hacen contra las ideas
y las mujeres no somos una idea.
Se hacen contra los hombres
y las mujeres en las guerras
somos cuerpos que hacen cuerpos.
Cuerpos viudos, violados.
Por eso
nadie vio nunca nada.
No hay epidemia
ni exterminio
mientras nos maten
En Casa.
De una en una.
Como quien aplasta piojos con las uñas.

Pueden abrirme en canal y analizarme por partes.
Esta vez llegaré al final y ustedes podrán colgarse una medalla.
Por fin duerme tranquila, la muerta, en su cajita.
Estibaliz San Sebastián

28 de septiembre de 2013

90 años, una placa y dos cocas

 Anoche, nos juntamos en La Venta algunas de las personas que en los últimos años con mayor o menor periodicidad hemos frecuentado el Taller de escritura de Ramiro Pinilla. El pasado 13 de septiembre, Ramiro cumplió 90 años y nos pareció una buena razón para juntarnos, además en un lugar tan emblemático en su literatura como La Venta.
El menú consistió en una ensalada con anchoas marinadas, arroz cremoso de hongos, lubina a la parrilla con patata panadera, carrilleras al vino tinto y pantxineta. El vino era de La Rioja alavesa.
Me extrañó que Ramiro bebiera agua en lugar de Coca-Cola. "Me operaron de cataratas la semana pasada y, al  ver de qué color es, no me ha gustado". No obstante, cuando llegó el momento de las copas, él se pidió una, una coca.
Hace unos años, con motivo de no sé yo qué, pensamos en hacerle un homenaje. Se negó en redondo y solo cedió a la propuesta de poner una placa en la playa de Arrigunaga, entre las rocas, allá donde llega la marea: "Aquí empezó todo, según Pinilla".
Ayer se la dimos y cuando María Bengoa le presionó para que pronunciara una palabras, vino a decir que le había merecido la pena cumplir 90 años solo para llegar a esa cena. Y bastante que dijo algo.
Luego nos fuimos al bar de Mati, que ahora se llama Enea. Allí tomó otra coca, esta vez, ya sin tapujos, directamente de la botella, "porque sabe mejor".
Para mí fue una grata velada, al lado de gente con muy buen rollo, dispuesta a pasárselo bien.
Ramiro puso el punto final a las 3 de la madrugada. Un poco más y, a sus 90, nos tumba a todos. Al salir, nos dijo:"Cuando vosotros cumpláis 90 años, me avisáis para que venga".

La foto nos la hizo el camarero de La Venta. No me sé los apellidos de todos.

Sentados: Jimena Larroque, Mónica Crespo, Ramiro, Biktor Abad, yo, Edgar.
De pie: Paula, Gonzalo Iribarnegaray, Margarita Bravo, Estíbaliz, Félix, María Bengoa, Soledad, Andrea Alfaro, Íñigo Larroque, Ohiana, Julen Echevarria, Jon Bilbao, Carlos.

14 de febrero de 2011

Hay un Getxo de Novela, el de Pinilla

Un Getxo de novela

Guía por los hitos de la obra literaria de Ramiro Pinilla