28 de noviembre de 2011

«Los etarras que le iban a matar estaban en la boda de mi hijo»

La semana pasada tuve una conversación de una hora con Begoña Zalduegi Etxebarria, esposa de Juan Mari Atutxa. El dirigente nacionalista fue consejero de Interior entre 1991 y 1998. Durante esos 8 años, ETA mató a 138 personas. Con el propio consejero lo intentó en al menos siete ocasiones. Nunca lo consiguieron. En esta entrevista, Begoña Zalduegui recuerda esos años, y muestra el apoyo a su esposo frente a las presiones para que lo dejara. La conversación podía haber sido estremecedora, pero su entereza y humanidad hicieron digerible el recuerdo de aquellos amargos años.

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Begoña Zalduegi Etxebarria, consorte de ... Juan Mari Atutxa


«Los etarras que le iban a matar estaban en la boda de mi hijo»

La violencia ha dejado su huella en la vida de Begoña Zalduegi (Bedia, Bizkaia, 1944). ETA
intentó asesinar al menos en siete ocasiones a su esposo, Juan María Atutxa, azote de la banda
terrorista durante su mandato como consejero de Interior del Gobierno vasco -entre 1991 y 1998 - y
presidente del Parlamento vasco las dos legislaturas siguientes. Sólo las extremas medidas de
seguridad que le rodeaban frustraron los atentados contra su marido, que ahora está al frente de la
Fundación Sabino Arana. Además, sus padres - «los dos», subraya- «estuvieron en la cárcel»
durante la Guerra Civil por su militancia nacionalista. «Después tocó la miseria de la posguerra. A
los 12 años, ilegalmente porque hasta los 14 no se podía, tuve que empezar a trabajar en una
fábrica. Era una cordelería y hacíamos cuerdas de barcos. Luego estuve en Firestone y con 16 me
quedé en una peluquería. Allí estuve 34 años, hasta que mis padres necesitaron atención». Se casó
en 1967 con el dirigente del PNV. Tienen cuatro hijos y nueve nietos.
- ¿Cómo se conocieron?
- Con 16 años. Vine a Bilbao a un curso de peluquería. Nos conocimos en el tren. Solíamos ir al
baile en Arratia, Igorre?
- ¿La sacaba a bailar?
- Sí.
- ¿Qué tal baila?
- Mal, muy mal. Tocaba el bombo en la banda de música de su pueblo. Le tocó la mili en Melilla y
hasta la vuelta no formalizamos la relación.
- ¿Qué le gustó de él?
- Que tenía carácter, criterio. Era serio, tenaz? Y tierno. Y con los años, más.
Cuando Begoña le conoció, Atutxa trabajaba en una oficina. Después, entró en la Caja Rural y
posteriormente en la Caja de Ahorros Vizcaína antes de ser nombrado diputado foral de Agricultura
de Bizkaia. De ese puesto saltó al de consejero de Interior.
- ¿Él ya militaba en el PNV?
- Nos afiliamos juntos desde el principio de casarnos. Mis padres, y toda la familia, han sido
militantes. Por eso mi madre estuvo en la cárcel de Saturrarán.
- ¿Cómo le contó que iba a Interior?
- Fue gracioso. En Agricultura siempre tenían problemas. La gente se quejaba de las cabras, que
andaban sueltas? Y una noche me pregunta si he visto la tele. Le pregunté por qué y me dice que
nada, que había unas cabras en el monte. Resulta que ya se había dicho que iba a Interior.
- ¿Qué sintió?
- ¡Me hizo una ilusión?! Que te valoren en lo que tú sientes? A la vez sentí un poco de
preocupación, pero sabía que no tendría problema en el sentido de responder en el cargo.
- Transcurría 1991. Aquel año ETA mató a 44 personas.
- Sí. Pero yo, por el sentimiento profundo que tenemos, pensaba que había que implicarse y de
verdad. Pensaba en el compromiso.
- ¿Y los hijos?
- El pequeño, que tenía 6 años entonces, lo pasó mal. Los niños no se dan cuenta del daño que
hacen cuando dicen "A tu padre lo quieren matar". Ya nos informaron en la ikastola de que le habían
hecho ese comentario.

«Todo eran presiones»

- ¿Cómo le contó que estaba tan amenazado?
- Se supo todo con la detención de un comando. Y los etarras, los que le iban a matar, estuvieron en
la boda de mi hijo. Aparecen en el vídeo. Bajé del coche, llovía un poco, yo estaba que no podía
abrir el paraguas y uno me pasó rozando el costado derecho. El otro estaba detrás de un periódico,
leyendo. Cuando ves el vídeo y están allí? La de veces que le he dado las gracias al ertzaina que
cuidaba el coche. (La fuerte protección policial de Atutxa impidió que ETA colocara una bomba en
los bajos del vehículo de Atutxa en aquella ceremonia familiar).
- ¿Y la familia?
- Todo eran presiones. La familia de él, mis padres, la hija? Pero yo no.
- Usted le apoyaba.
- Sí, porque sabía que si no, no estaría contento. ¿Miedo? Lo que tenga que ser, será. Y lo que hay
que aguantar? Gente que pasa con el coche rápido por delante de casa insultando?
- ¿Notó algo en la peluquería?
- Para entonces ya la había cerrado. En el pueblo, sí noté. Gente que me dejó de hablar: una vecina
con un hijo en la cárcel, familia? Uno de los informadores (del comando), uno de Igorre, solía jugar
al fulbito con mi hijo el mayor. Lo que más duro se me hizo fue ver ¡a familiares míos! en la
inauguración del hogar del jubilado de Lemoa con una pegatina pidiendo la libertad de ese
informador, la libertad del que solía estar cerca con un pañuelo para avisar de cuándo pasaba Juan
Mari.
- ¿Un pañuelo?
- Con el gesto avisaba de que pasaba Juan Mari para que activaran (la bomba). ¡Ver a familiares
pidiendo la libertad de quien quería matar a Juan Mari...! Yo sé que no querrían, ya, pero ¿cómo
puedes ponerte en el pecho esa pegatina? Le condenaron.
- ¿Le ha vuelto a ver?
- No sé quién es.
- ¿Qué hace cuando se encuentra con la familia?
- ¿De ese? Fue curioso. En la iglesia se hacían algunos actos de invitar a víctimas de ETA y
afectados de HB, por ejemplo. En una estuvo su madre y hablaba del dolor que sentía por el hijo
que tenía preso. De verdad que lo pasé mal. Tendría que haberme levantado y decir que sentía lo de
la madre, la pobre qué culpa tiene, pero? ¿si hubiera resultado bien todo lo que estaban tramando y
hubieran matado a Juan Mari? Hay cosas que no se olvidan, pero se perdonan.

«Algunos hacen la pelota»

- ¿Cómo se enteró de ese atentado frustrado?
- Estábamos cenando en casa de unos amigos y yo lo notaba especialmente serio y preocupado. Y
cuando llegamos a casa, me contó. Entonces se enteró de verdad de las veces que habían intentado
matarle. Gracias a que le cuidaban. Es duro.
- ¿Le cuenta cosas del trabajo?
- No, y en parte mejor porque yo no soy miedosa, pero me agobia. A mí me interesa, y mucho, la
política. Y me entero. Yo le he dicho cosas que no le dicen otros porque algunos hacen la pelota.
- ¿Y él cómo reacciona?
- ¡Hum....! A veces quizá lo descoloco. No es que haya discusión, pero cada cual tiene su punto de
vista.
- Su esposo ha sido durante años uno de los objetivos prioritarios de ETA. ¿Cuándo empezaron a
recuperar la tranquilidad?
- ¡Hum...! Ni ahora. En los últimos tiempos van como de buenos, queriendo acercarse, pero ya nos
conocemos.
- ¿Se coge afecto a los escoltas?
- Sí, mucho. En tantos años? Y ellos también. Antes estaban en casa de día y de noche. ¡Cómo no
los vas a atender!
- Ha habido malos momentos.
- Tantos? Recuerdo cuando lo de Lasa y Zabala. Para el funeral, el juez había ordenado que no
podían tocar la caja mortuoria, que venía cerrada. La Ertzaintza tuvo que cargar... ¡en el cementerio!
(La Policía autónoma trasladó los restos de los dos etarras asesinados por los GAL desde el
aeropuerto de Hondarribia hasta el cementerio de Tolosa en medio de un gran despliegue policial.
Los agentes cargaron contra unos manifestantes que esperaban los cuerpos y protestaban por la
demora en la entrega). A mí me dolió muchísimo. Y a mi marido, que sé que escribió una carta a las
familias pidiéndoles perdón. Eso en ningún sitio se ha dicho.
- ¿Y los momentos buenos?
- Es una mezcla de tantas cosas? En todas las épocas ha habido cosas positivas. Sobre todo, la
cantidad de gente interesante que he conocido.


Publicado en El Correo, 27 de noviembre de 2011.

20 de noviembre de 2011

Ante el espejo

Cuando, hace ya ocho temporadas, se puso en antena 'Vaya semanita', la audiencia vasca se llevó una sorpresa. En primer lugar, de incredulidad por lo que estaba viendo. Solo después, cuando superó el pasmo, pudo reírse de aquellas figuras que resultaban tan familiares. Los personajes estaban tan enraizados en nuestra idiosincrasia que podíamos reírnos de nosotros mismos, de nuestras contradicciones y paradojas. Ejemplo de ello era la familia Sántxez, nacidos en Salamanca, y con un hijo ertzaina y otro borroka conviviendo entre las mismas paredes. Es decir, una reproducción de lo que sucedía en la calle. Solo que, visto en la tele, sí hacía gracia. En aquella primera temporada se marcaron algunos hitos que llevaron a que 'Vaya semanita' tuviera interés incluso fuera del País Vasco. Este lunes EiTB emitió el primer episodio de lo que han llamado 'Vaya semanita, cambio radical'. La audiencia quiso participar del estreno y se volcó: 400.000 personas picotearon en algún momento el espacio. Todo un éxito para tiempos en los que la oferta televisiva se ha diversificado y, en consecuencia, fraccionado tanto.
Entre los nuevos personajes hay algunos que prometen, como aquellos Sántxez o 'el Pelanas' del principio: una peluquera del Goierri entre cuyos éxitos están los peinados de etarras, una baserritarra homosexual, una 'choni' doctorándose en física, un ertzaina con dificultades para pronunciar la erre y una pija con tantas operaciones de estética que parece haber sufrido al menos un incendio. Son, otra vez, vecinos que se nos hacen muy conocidos, que nos hablan de nuestros mitos y de nuestros temores. Pero ocho años después, con otros actores, nuevos guionistas y una sociedad que al menos en lo formal ha cambiado y se ve a sí misma con nuevas esperanzas. Alguna de las estampas que sirvieron para abrir el apetito tiene un intenso parecido con elementos de nuestro entorno y los guionistas parecen haber tendido una mirada no solo humorística, sino crítica y cáustica sobre ellos. Para poder reírnos de nosotros mismos, debemos sacar la gracia sin que duela. Si superan este reto, el éxito está garantizado. 
 

16 de noviembre de 2011

"Todo lo que sé de cocina me lo ha enseñado él"

Ada Pínter
Consorte de... Pedro  Subijana, cocinero

"Todo lo que sé de cocina me lo ha enseñado él"
 
Estudió secretariado y contabilidad y lleva los papeles de la empresa familiar. Ada Pínter (Játiva, 1950) tiene su despacho en los bajos del restaurante Akelarre de San Sebastián. A través de la ventana se ve un Cantábrico con cicatrices de las últimas inundaciones. A la puerta llega un aroma a caramelo procedente de alguna de las cocinas que gobierna su marido, Pedro Subijana.
- ¿Ada?
- De Inmaculada. Y el apellido es muy raro, lo busco en todos los países a los que voy. He dado con el escritor, Harold Pinter, pero no hay muchos.
- ¿Ha llevado siempre la administración del restaurante?
- Tengo tres hijos y, unos meses después de que naciera el tercero, me hice cargo de ese trabajo. No lo he dejado. Ahora ya son mayores, de 31 a 38 años. Este mes hemos cumplido 40 años de matrimonio. Antes, aunque no hubiera necesidad, nos casábamos muy jovencitos.
- ¿Cómo se conocieron?
- Fue muy convencional. Yo era amiga de su hermana.
- ¿Pero dónde?, ¿en Játiva?
- No. Yo nací allí porque mi madre quería contar con el apoyo de su familia, pero he vivido toda la vida en San Sebastián. Me he criado aquí. Su hermana Maite y yo éramos amigas y solía ir a casa de sus padres. No fue un flechazo, pero al poco de hablar nos gustamos.
- Casualmente, ¿empezó usted?
- No me acuerdo, pero en el cumpleaños de un familiar caímos el uno al lado del otro.
- ¿Cayeron?, ¿sin que nadie hiciera nada?
- Supongo que los dos haríamos por estar al lado, y las tontaditas de críos. Empezamos a salir y estuvimos de novietes cuatro años. Nos casamos en Donosti y la comida la hicimos en Gurutze, en el restaurante de Luis Irizar, su maestro.
- ¿Cuando lo conoció ya estaba formándose como cocinero?
- Sí. Antes había dejado los estudios de Medicina en Madrid, con gran disgusto para sus padres. En aquel tiempo ser cocinero era un horror. Hoy son muy mediáticos, aunque la vida es igual de dura que antes.
- ¿Imaginaban entonces el gran cocinero que es hoy?
- Él siempre fue muy cumplidor, responsable. Yo también lo era, pero a su lado parecía alocada. Él era de hacer planes, yo de vivir el momento. Cuando cumplí 18 años, me viene… No sé si debiera contarlo… Me viene con seis copitas y me dice: 'Aquí beberemos el champán el día que nos casemos'. Con 18 años y saliendo unos meses solo. Así se cumplió.
- ¿Quién se encargó de llevar las copas?
- Teníamos nuestro pisito, de alquiler como todos en la época, y las teníamos allí. Al día siguiente, nos fuimos de viaje de novios.
- ¿Y durante el noviazgo le regaló más cosas para el ajuar?
- No creo, pero con aquel detalle como de abuelo vi la relación de otra manera. ¡Con 18 años, dónde vas!
- ¿Y los restaurantes?
- Cuando nos casamos, él trabajaba en el mesón de Idiáquez de Tolosa. Estaba de jefecillo con 23 años. El sitio era pequeñito, moñoño, se podía llevar. Él nunca ha dejado de documentarse de lo suyo, de ir a sitios, congresos, bodegas… Es pasión. De Tolosa fuimos a Hernani y estábamos muy bien, porque trabajábamos los dos y ganando muy bien. Yo, en el comedor, y él, en la cocina. Además teníamos vivienda de la empresa.
- Algo pasó.
- Cuando la niña mayor tenía seis mesitos me dijo que estaba pensando en meterse en el Zalacaín de Madrid. Entonces era la bomba, el único de España que tenía tres estrellas Michelin. Se puso a revolver, y que le daban un puesto. Ganaba la mitad, solo trabajaba él, y yo, en casa con la niña. Había que pagar un piso en Madrid… Fuimos a peor, justo para sobrevivir, pero él tenía que estar en Zalacaín.
- ¿Por?
- Porque iba a aprender mucho. Y así fue.
- ¿A usted le costó aceptar esa decisión?
- Fue una especie de ceguera. O era muy lista y sabía que iba a ser bueno para todos. Pero irme a Madrid, con una niña de meses a estarme todo el puñetero día en casa mientras él trabajaba y con un sueldito… No era un gran plan, pero le sirvió muchísimo.
La 'nouvelle cuisine'
- ¿Se fue renegada?
- No. Contenta, pero fue duro. El oficio de cocinero es como ser monje: está todo el día trabajando. Me hice algunas amigas de la vecindad, pero pensaba que me estaba quedando como de ama de casa.
- ¿Compartía con usted sus conocimientos?
- Él aprendió el funcionamiento de un negocio. Fue como jefe de partida, que se llama. Hay partidas de los fríos, de pescados, de carnes, de postres… Y fue rotando.
- ¿Y el Akelarre?
- Cuando éramos novios, aquí había una discoteca y un comedor pequeño.Le ofrecieron venir. Pero él, tan sensato, pensó que debía aprender antes de ponerse al frente. Unos años después, le volvieron a llamar. Empezó como empleado. Cuando pensamos en mirar villas por Ondarreta para establecer nuestro restaurante, nos hicieron una oferta para quedarnos con esto. Nos dieron muchas facilidades, pero solo Dios sabe lo que nos costó pagarlo. Ya lo hicimos. Esto fue en 1980.
- ¿Y los reconocimientos internacionales?
- Él siempre visitaba restaurantes extranjeros. Y con Arzak, Arguiñano, Ricardo del 'Txomin', Ramón Roteta, Irizar, Tatús Fombellida… conocieron la 'nouvelle cuisine', pensaron que podían hacer algo aquí y le dieron un aire a la cocina vasca, que siempre ha sido muy rica y de buen producto. Empezaron a crear.
- ¿Cuál es el plato que siempre han tenido?
- La lubina a la pimienta verde fue un bombazo y, aunque ya no está en la carta, nos la siguen pidiendo.
- ¿Cuál es el que a usted más le gusta?
- Los huevos Igueldo con trufa. Es un fondo de hojaldre con un huevo escalfado, que cuando lo tocas se deshace, y la trufa negra. Delicioso.
- ¿Quién cocina en casa?
- Yo. Me gusta mucho y todo lo que sé me lo ha enseñado Pedro. En grandes ocasiones cocinamos juntos.
- ¿Cómo se arreglan?
- Discutimos muchísimo porque me dice que soy una atrevida.
 
La foto es de J. Usoz. Publicado en El Correo, 13/11/11.

6 de noviembre de 2011

Mamadou, Mohamed y Román buscan piso

Mamadou tiene 20 años, vive en la Casilla (Bilbao) y es calderero. Le gusta el rap, habla a menudo con su familia y no tiene pareja. Su mirada es limpia y, cuando algo le interesa, achina ligeramente los ojos. Por ejemplo, le causa sorpresa que en España las familias tengan pocos hijos. Es optimista. Llegó a España con 17 años. Desde Guinea. "Como fue colonia francesa, nos es más fácil llegar a Francia".
Román es de Bilbao, canta en un coro y tiene 31 años. Es dicharachero y el bullicio de Deusto -un viernes a esa hora en que todo el mundo queda a la salida del metro para hacer sus planes- se le hace familiar, pero lejano. "Ha cambiado mucho Bilbao".
Mohamed trabaja de hojalatero, tiene 20 años y sabe que sus padres nunca querrán venir a Bilbao. Es bereber, de Ouarzazate, al sur de Marraquech. No es el mayor de sus hermanos. Llegó a España escondido en un barco. "A veces, cuando puedo, mando dinero a mi familia".
Sos Racismo comprometió este viernes pasado, 4 de noviembre de 2011, a medio centenar de personas para comprobar si la raza tiene importancia a la hora de alquilar una vivienda. La raza es esa fantasía que nos permite clasificar a las personas por el tipo de tirita que usarían para taparse una herida.
Dividieron Bilbao por zonas, selecionaron agencias inmobiliarias y nos citaron en las inmediaciones para proceder al retrato.  En este caso, para que la muestra pueda ser homologable, los demandantes de vivienda deben tener características similares. Ver a Mamadou, Román y Mohamed juntos no chocaría a nadie. En Bilbao, chocar es sinónimo de causar extrañeza.

El recado era el siguiente. Debían ir a las inmobiliarias elegidas (al azar dentro de una zona) y preguntar por pisos en alquiler en Bilbao. Dos habitaciones, cocina, para compartir. Máximo 950€.

Solamente debían tomar buena nota de lo que les ofrecieran y responder a lo que les preguntaran: Por ejemplo, Mohamed: Soy hojalatero, gano 1.400€ , compartiré con un amigo, él gana 1.100.
Mamadou: Soy calderero, trabajo de recadista, gano 1.100.
Román: ...
Y efectivamente, los puntos suspensivos de Román pesaron más que la información, cierta, de Mamadou y Mohamed.
Quiero adelantar las expectativas y el titular. Cuando preguntamos a nuestros chicos qué creían que pasaría, tanto Mohamed como Mamadou se mostraron optimistas: No habría problemas, los tratarían como a cualquier ciudadano europeo. Ninglas.

Este viernes, las inmobiliarias visitadas disponían de la siguiente oferta:
Para los jóvenes con apariencia de bilbainos, 105 pisos de dos habitaciones y alrededor de 900 €.
Para los negros subsaharianos, 23 pisos de idénticas condiciones.
Para los magrebíes, 22 viviendas como las anteriores.

Nuestros chicos africanos pierden por 22/23 a 105.

O sea, si no se es lo suficientemente blanco como para usar tiritas blancas, la oferta de vivienda se reduce al 20,95% para un magrebí por el hecho de aparentarlo y a un 21,9% por el hecho de tener la piel negra. Y ese joven varón con pinta de bilbaíno tiene un 477% más de posibilidades de obtener una vivienda en alquiler.

O sea, o las inmobiliarias bilbainas están regentadas por personitas que organizan su oferta en función del aspecto (ligado a la raza) o están regentadas por personitas que se someten a las condiciones racistas de su clientela, los propietarios de casas para alquilar.

Pero, ojo... Para el agente inmobiliario, es tan cliente quien pone su piso en alquiler como quien desea alquilarlo. Es decir, Mamadou, Mohamed y Román no son postulantes, sino clientes. Y, en caso de cerrar el trato, proporcionan a la agencia, a esa personita racista o sumisa al racismo, los mismos ingresos.
¿Por qué ese agente cree que debe servir al propietario en lugar de a quien da sentido al hecho de poseer una propiedad?

Ayer, cuando participé como testigo moral en esta experiencia, no tenía las cosas tan claras como hoy.
Nuestros jóvenes amigos, al comenzar, eran optimistas. Yo quería serlo. Tenía mis reservas.
Como detalle, diré que a Román le escucharon, mientras que a M., en un agencia, le pararon los pies en la misma puerta. Ni asiento tenían para escucharle. A Román le dieron por supuesta la nómina. A M. le propusieron demostrarla. M. y M., como R., son ciudadanos, clientes de inmobiliarias. Pensar que son distintos entre sí, pensar que el dueño del piso es más que ellos es un desatino.

Mamadou se extraña de que yo tenga un solo hijo. Se extraña, también,  de esta sociedad que no aprecia los hijos. "En mi país, tenemos muchos".

Según el test, debe acudir a la última inmobiliaria, a ver qué pasa. En el mismo sitio, a Román, tan bilbaino, le han dicho que tienen un piso, de dos habitaciones y precio accesible. Mamadou viene radiante. Vive en La Casilla, con una familia también guineana: "Me lo han  ofrecido. Ya tengo piso".

-Oye, Mamadou --le digo. ¿Tendrás hijos?
Me hace un gesto con los dedos de la mano: tres.
-¿Y elegirás esposa?
-¿Tienes algo que ofrecerme?

Se va.

2 de noviembre de 2011

Enterramientos impíos

Este lunes pasado, Isabel Ibáñez publicaba un magnífico reportaje sobre muertos y enterramientos en las páginas de 'V', de los diarios del grupo Vocento. Escribe:

"Como Marisa González Polo, la única mujer del libro -en España hay una docena- que se gana el pan enterrando cuerpos. En el cementerio municipal de Cáceres, desde hace siete años: «Con los niños lo llevo muy mal, sobre todo con los neonatos» -los sepulta en una fosa común-. «Digo yo... cómo puede ser que después de casi nueve meses en la barriga, los fetos que no llegan a término vienen al cementerio solicos, como perrillos. Es una lástima. No viene ni siquiera un cura a darle un puñetero sermón».
Y entonces me da por pensar cómo es posible que la iglesia católica permita esos enterramientos sin rito alguno y a la vez considere el aborto un asesinato de un ser con alma.


 En la foto, de Jesús Pozo, Marisa González Polo. Puedes leer aquí el reportaje completo.