15 de abril de 2015

En periodismo, la especialización es un criterio ético

En junio de 2013, nos sorprendió la noticia de que un ciudadano bilbaíno, Juan Carlos Aguilar Gómez, había sido detenido por el homicidio de al menos dos mujeres. El proceder del feminicida fue tan truculento que ocupó muchísimo espacio en los medios. La noticia despertó interés, pero también morbo. Los detalles de su detención, de la selección de las víctimas –mujeres inmigrantes muy vulnerables–, del trato que les dio antes y después de matarlas, unidos a la propia personalidad del acusado, convirtieron lo que debía haber quedado en un caso de doble homicidio en todo un folletín. Al ser propietario de un gimnasio, Zen4, y haber colgado vídeos en los que practicaba artes marciales, lo llamaron el ‘maestro shaolín’, pero como los practicantes de esta disciplina negaron que él tuviera los méritos que acreditan tal condición, lo transformaron por arte de las imprentas en ‘falso shaolín’. Sin rubor.
Durante aquellos días, recuerdo haber tenido la impresión de que a profesionales de algunos medios les hacía salivar su fantasía de que el caso no quedara en las dos primeras víctimas: Un ‘Jack, el destripador’ a la bilbaína para escribir una nueva página en la historia del periodismo. Muy chirene. Como si el precio de otra vida lo valiera. Seguir leyendo.

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