4 de junio de 2015

Aquella sonrisa, aquella ternura

Era verano. A papá le gustaba vernos juntas, con nuestras familias. En cuano estábamos las tres aquí, como mínimo caía una comida o cena en El Molino de Berango, la cervecería a orillas del Gobela.
Él llegaba tempranito, agrupaba a la sombra mesas y sillas bastantes para todos y nos esperaba leyendo El Correo, haciendo el crucigrama, distrayéndose.

Un día, Ramón y yo llegamos los segundos, o sea, cuando él ya estaba allí. Al cabo, vió como mamá bajaba del coche de Marta.
-Mírala -me dijo-, siempre con esa sonrisa, cada vez que me ve, esa sonrisa.

En el 2004, otra vez que estábamos todas en Getxo, papá nos invitó a comer en el italiano de Algorta, con toda la prole. Después fuimos al Zodiacos a tomar el café.
-Papá, ¿qué te pasa?, le preguntó Marta Mónica.
-¿Tú también has notado algo?, dijo él.
Del mismo bar llamaron a las urgencias y se lo llevaron al hospital con el ictus. Eso le mermaría fuerza, pero ni una gana.

Recuerdo la rabia que sentía cuando papá, desde la cama del hospital, trataba de decirme cómo estaban las cuentas en casa: Tal dinero aquí, esto allá...
No quería hacerle caso. No le hice caso.
Cuando venía mamá a verlo, se le acercaba y le daba besitos.
Nunca antes había sido testigo de tanta ternura entre ellos. Y mira que los había visto bailar en la cocina con la música de la radio. O de la tele. O incluso de papá cantando. Como mamá cantaba tan bien, lo de papá nos parecía ruido.

O sí. Cuando se abrazaban, Mónica, la niña, decía: "Mira, amorándose".

Luego...

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