Como no me dijo que no, me fui a Walden un atardecer y se lo comenté a Ramiro. Tampoco él me dijo que no. ‘Ya me pasaré’. Como era julio, le pregunté si cabía la posibilidad de que se fuera de vacaciones y no le pillara.
-No hay riesgo –me dijo–, pero llámame antes.
Estábamos en el porche, sentados. Algo tenía en la cabeza, porque le preguntó a Pedro por los faros, por la cadencia de su luz. Nos dijo que desde hace años estaba intentando concebir una trama novelesca de asesinato en la que la luz del faro fuera fundamental.
No estábamos de acuerdo, porque según él, el faro de Getxo es ‘Fussssssssssssssssss, oscuridad, fussssssssssssssssss, oscuridad larga y vuelta a empezar’. Mientras que en mi recuerdo es ‘Fussssssssssssssssss, oscuridad, fussssssssssssssssss, oscuridad, fussssssssssssssssss, oscuridad larga y vuelta a empezar’.
Nos comprometió: Él haría uso, por fin, de ese libro de faros que le regalaron y Pedro vería cómo funcionan los faros.
Y fueron pasando los días. Hasta esa conversación en el hospital antes de que se me muriera.
Cuando llegué aquel 17 de octubre, hablamos sobre todo de su
última novela, ‘Cadáveres en la playa’.
-Has metido los faros -le dije.
La conversación quedó ahí.
Cuando estábamos ya en la 450 y antes de irme, me preguntó.
-¿Qué es eso que cuento de faros en la novela?
-Sí –le digo-. Entran en la librería una esposa y su marido
preguntando por un libro de faros. Koldobike lo busca y la mujer dice que su
marido ha sido marino mercante y que busca un libro de faros porque quiere
agradecer a esas luces que lo hayan salvado.
-Koldobike, Koldobike... Sí, tuve que casarla.
Me doy cuenta de que sé de las obras de Ramiro cosas que él
ha olvidado. Se lo digo y se ríe.
Esa fue su última risa conmigo. Y me fui.
Aún la escucho al fondo del pasillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario