Yo ya sabía de Meneses. Pero no coincidí a su lado hasta
hace unos años, en un homenaje que Guadalajara entera hizo a Manu Leguineche. La
suerte, el protocolo o yo que sé qué hizo que me sentaran al lado de Enrique Meneses.
Mientras esperábamos a que Manu llegara al escenario, Meneses, que sabía que yo
era vasca, me contaba historias de Iowa, de pastores que capaban a
mordiscos a los corderos, escupían el regalo a una cazuela y, al anochecer, se
lo cenaban; que el gran conflicto de los pastos en América se resolvió cuando
se dieron cuenta de que, como las vacas cortan la hierba al tres (es un decir),
después podían meter ovejas, que rapan casi al cero.
En esas estábamos. Él contando, yo comiéndome las uñas para
no arañarle la cara. Tras el acto, acompañamos a Meneses al hotel. Ya estaba
con oxígeno y Gervasio Sánchez lo cuidaba, incluso de sí mismo.
¿Qué vino después? No me sé el orden cronológico con precisión:
Enrique Meneses era ya Meneses, me regaló y dedicó su libro ‘Hasta aquí hemos llegado’, empecé a escucharle, le invité a la Escuela de Periodismo ‘JuantxuRodríguez’ de la UIMP,
me cautivó, porque cautivaba. Y asistí a grandes lecciones de periodismo.
Meneses me enseñó muchas cosas. Algunas las aprendí; otras
muchas quedan ahí, esperando su oportunidad.
Me enseñó que los sueños no se encuentran, se buscan.
Que no es periodista quien pone condiciones para serlo, sino
quien pone LAS condiciones para encontrar qué contar y lo persigue.
Que hay quien no quiere testigos incómodos y tortura a
periodistas, que las hostias que éste da se esquivan acompañando el golpe, no resistiéndose
a él. Qué gran metáfora: el periodista más resistente es el que aparenta
dejarse pegar.
Que se ha de viajar sin billete de vuelta.
Que no siempre cuidas a quien amas.
Y seguramente, muchas más cosas que ahora sé, aunque no sepa
que se las aprendí a él.
Hace diez días, me llegaron malos presagios. Se muere. Sus
amigos están viniendo a despedirse. Le llamé. Hay que ver cómo me cogió el teléfono.
Chicarrona del norte, me llamaba.
Resumo aquí esa llamada y la de una semana antes: estoy
bien, he renunciado a la quimio, que me da diarrea y al salir del hospital me
han provocado un atasco, ya parece estar resuelto…
-Pero, ¿cómo estás?
-A mí la mierda no me gana.
-¿Quién te cuida?
Se trataba de un muchacho marroquí.
-¿Cómo te entiendes con él?
-Bien, entre el inglés, el francés, el español y el árabe.
-¿Quieres que vaya a verte?
-Sííííí.
Fue un sí tan largo, que creí que me esperaría hasta
mediados del mes de enero.
Ayer, a eso de las 11 de la mañana, me llegó el fatídico
mensaje. Meneses ha muerto.
Debo aprender a perdonarme por no haber respondido a ese ‘Sííí’.
3 comentarios:
¿Hay algo que no nos enseñara Meneses, Lucía? Una gran pérdida. Todos nos hemos dado cuenta. Decía anoche Juanlu Sánchez que lo bueno que tenía Meneses era que todo lo bueno que se decía de él una vez muerto, se lo habían dicho cuando estaba vivo.
Por cierto, los pastores vascos no estaban en Argentina, eran de Iowa. Que le escuché contar varias veces esa anécdota.
Un saludo y ánimo.
Un abrazo fuerte, Lucía. Me ha gustado mucho la entrada.
Muchas gracias, Bori, por la corrección. Sabía que no era Argentina. No me explico el error. Ya lo he corregido.
Y muchas gracias a los dos, que también lo conocisteis.
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