El Parlamento vasco, reunido en Vitoria el 30 de junio
de 2015, aprobó a las 11:46 de esa mañana una ley que entrará en vigor a
finales de septiembre y que establece la custodia compartida como
prioritaria. Fue fruto de un acuerdo entre PNV y PP con la abstención
del PSE y la oposición de Bildu. Ah, y el voto (uno) favorable de UPyD.
Fue la última decisión de la última sesión. No ha debido de ser fácil,
porque su redacción y aprobación se han demorado 4 años. Su tramitación
venía precedida de 85.000 firmas recogidas en las calles a vuelapluma.
Son muchos miles, muchos más que los 30.000 legalmente necesarios, pero
solo el 5% del electorado.
La custodia compartida es
una vieja ambición del feminismo, es decir, de la lucha por la igualdad:
esa ‘suerte de paraíso’ en el que madre y padre se reparten los
cuidados de la prole al 50% o en porcentajes acordados según la
situación de cada cual. Y no solo porque el porcentaje de hombres que
trabajan fuera sea mayor, también las madres lo hacen. Ese estado
idílico de familia pasa por que, cuando el chiquillo llora, mamá y papá
se tropiecen en el pasillo porque ambos han acudido a atenderlo; y que
tanto papá como mamá sepan la razón por la que la criatura demanda
atención; pasa por que la bebita no distinga los cuidados que sus
progenitores le dispensan, que lo mismo le dé él la comida, que le
cambie ella los pañales o cualquiera de los dos le regañe por algo, o se
lo lleve a disfrutar de las horas libres en el parque. Es decir, la
custodia compartida es una forma de vida que se establece cuando la
familia convive y distribuye el cuidado de la prole de forma equitativa
entre los dos progenitores. Y que se practica todos los días de la
semana, no solamente las mañanas de domingo. Seguir leyendo.
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