A principios de los ochenta (o así), abrieron el primer restaurante chino en el pueblo, cerca de la estación de Las Arenas, en los arcos de lo que hoy es la Plaza del Ajedrez. Nuestra precaria economía no era como para andar de restaurantes, pero aquel nos lo podíamos permitir, al menos de vez en cuando.
A veces, quedábamos y nos íbamos para allá. Ramiro siempre pedía lo mismo que había comido el primer día que pisó el local.
Resulto que, al coger la carta, no se decidía por ninguna de las sopas, de modo que le dijo al camarero que le pusiera una sopa normal. Normal, le dijo. ¿Y qué le sirvió el camarero? ¡Sopa de aleta de tiburón!
Hace unos meses, volví al Mandarín después de años. Seguía el mismo camarero. Supongo que a mí también se me notará que han pasado más de 30 años.
Hace 7 años
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