Voy a contar una historia de maltrato con final feliz.
La llamaremos Sonia. Se sienta al fondo del aula y no se
pierde un movimiento. Es muy coqueta y atrevida con la ropa y los peinados. Grandes
escotes. Atrae la mirada. Siempre está atenta. Su voz es dulce. Tiene un acento
que no puedo identificar. Cuando sonríe, gira un poco la cara hacia la
izquierda, mientras la inclina hacia abajo.
Ese año, no cumple los objetivos del programa y suspende. Me
protesta, pero no hay caso.
El septiembre siguiente me la encuentro en la puerta del
aula.
-Hola, Sonia.
Me sorprende que haya elegido esa optativa. Es entonces
cuando me doy cuenta de que se sienta al fondo del aula y percibo lo del primer
párrafo.
Un lunes, me para antes de entrar en clase.
-La semana pasada no vine porque estuve enferma.
-Sonia, no tienes que darme explicaciones.
-Pero quiero hacerlo; para mí es importante.
Acaba el curso. Ha aprobado las dos asignaturas, la optativa
y la obligatoria. Ya están firmadas las actas cuando viene a mi despacho. Se
sienta. Viene a decirme algo. Me preparo para largas vacilaciones, dudas,
arranques y estrincones en el mensaje, en lo que ha pensado decirme y cómo
hacerlo. Es lo habitual. A veces, se quedan callados un rato, mirándome sin
ver, rebuscando esa frase que, cuando la han ensayado, les parecía casi
perfecta.
Sonia no. Arranca con esa seguridad que he percibido en ella
este curso y no el anterior.
-Ya me he licenciado. Quiero contarte una cosa porque sé que
a ti te preocupa. Tú, que puedes hacer algo, debes saberlo.
-Adelante.
-Soy de un pueblo de Navarra, pero he estudiado con una beca
del Gobierno vasco. La beca era por el maltrato de mi exnovio. Me la
concedieron porque estos cursos anteriores tenía fijada la residencia en
Bilbao. Este último año, como solo tenía tu asignatura, volví a casa de mis
padres y venía a tus clases. Me quitaron la beca y en Navarra no hay. He
acabado los estudios por el apoyo de mi madre y mi hermana.
-¿Cuándo fuiste consciente de que te maltrataba?
-Estábamos de vacaciones. Me dio una paliza en el hotel. Cuando
bajé a la recepción a pedir ayuda, no me reconocía en el espejo. Llamé a mi
madre y me dijo que cogiera el primer avión.
Luego, las presiones de amigos y vecinos en el pueblo, que
apoyaban más al maltratador que a ella. A partir de ahí, me cuenta una historia
de entereza, de ayuda familiar, del amor de su madre y su hermana.
La miro. Tendrá 23 años. Está en pie. La abrazo, me sonríe y
se va.
Va por ti, Sonia.
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