«No logro recordar dónde leí, aunque fue hace muy poco, la reflexión de un periodista norteamericano sobre la necesidad de desvincular el periodismo de la literatura. Realmente sería magnífico que cuajara ese criterio. Como mínimo podría zanjarse la birrriosa discusión, y del lado que toca. Digo del lado que toca porque cualquier cierre del asunto del lado de la literatura no es funcional. “El periodismo no es literatura”: esta afirmación, en boca de los literatos, tiene el mismo efecto que si Dios dijera “Dios no existe”. Lo que sí serviría, por el contrario, es que los aspirantes al cielo eterno lo desdeñaran; que los periodistas, conclavados, proclamaran: “El periodismo no es literatura”, como parecía sugerir el americano.
No hay dificultad alguna para desvincular el periodismo de lo literario. Y, desde luego, el texto, es decir, el hecho de que periodistas y poetas muestren con palabras el resultado de su trabajo, no es una dificultad. También trabajan con palabras los abogados y los historiadores y nadie los llama literatos. Y no solo trabajan con palabras (orales y escritas) a la hora de exponer sus conclusiones, sino también durante el proceso de búsqueda de la verdad, exactamente igual que lo hacen los periodistas. En cuanto al llamado uso estético de las palabras, convendría no seguir haciendo el ridículo ni el Mesías (el Mesías y su palabra revelada): todo el que expone sus hallazgos físicos, químicos o poéticos, trata de que su discurso se rija por el orden y la claridad.
Por lo demás entre periodistas y literatos hay una diferencia muy importante: los hechos. Los hechos con los que, obligatoriamente, también trabajan abogados e historiadores y que, en cambio, no obligan a ningún literato».
ESPADA, Arcadi. Diarios. Madrid, Espasa, 2002, p. 188
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