En este momento, hay 30 hombres que están pensando matar a sus parejas, o ex parejas, antes de que acabe el año. Algunos de ellos, la mayoría afortunadamente, descartarán la idea, pero 10, ó 12, lograrán su propósito. Según el Ministerio de Igualdad -único organismo capacitado para proporcionar cifras oficiales al respecto-, en lo que va de año, 47 hombres han asesinado a sus parejas o ex parejas. Si el ritmo se mantiene, para finales de año alcanzaremos la cifra de 57, ó 60, dieciséis muertes menos que el año pasado. Es decir, 16 mujeres que podrán seguir viviendo y llevando a cabo sus planes. Sabemos que esas muertes se pueden producir, pero no contamos con los 'precog', aquellos personajes predictores de asesinatos de la película 'Minority report'. ¿O sí?
La de asesinar a sus parejas es una decisión largamente meditada, nunca es consecuencia de un arrebato. Además, siempre es el último acto de una larga serie de malos tratos físicos y psicológicos que, a veces, se han prolongado durante años. De modo que se puede ir cerrando el cerco. Cada año vienen a producirse en torno a 140.000 denuncias por malos tratos, aunque es cierto que muchas veces la muerte es la primera noticia que los juzgados tienen del drama que estaba viviendo esa mujer. A 19 de octubre, día en que se produjo la última muerte, se contabilizaban 47 víctimas mortales en 2009; de ellas, solamente 14 habían denunciado a su pareja. Son cifras terribles, pero son 11 asesinatos menos que a la misma fecha de 2008.
Cuando las vejaciones y los malos tratos se han prolongado durante años, ha de haber una razón para que esos 30 hombres piensen en matar, piensen en cambiar de estrategia. Y la razón no es otra que la falta de eficacia: ya no les da resultado amenazar y golpear. Algo ha cambiado, y ese algo suele ser la actitud de ella. Ella, por ejemplo, ha decidido que se separa y se lo ha dicho, o se ha separado y ya todo el mundo lo sabe. La estrategia de dominación de ese hombre ha fallado. Le empieza a bullir la cabeza. Miguel Lorente, delegado del Gobierno contra la Violencia de Género, expresa así las ideas que le asaltan a ese hombre: «Esa se quiere quedar con mi casa», «Se quiere quedar con mis hijos», «Me quiere separar de ellos»... Debe diseñar pues la estrategia para evitarlo. Y piensa en matar. Algunos descartan la idea; otros, la perpetran. Y, como decía más arriba, 10, ó 12, lo habrán logrado antes de finales de año. Esto, lamentablemente y con los errores achacables a la confianza depositada en cualquier estadística, puede suceder.
Este año, las cifras pueden llegar a ser las más positivas desde 2003, año anterior a la promulgación de la Ley Integral contra la Violencia de Género, aprobada en diciembre de 2004. Las mejores cifras se dieron en 2005, cuando los asesinatos descendieron a 57, frente a los 72 del año anterior. No se debe pensar que la promulgación de la ley fue tan efectiva como para atribuirle ese descenso fulgurante en el número de muertes. Quienes saben lo atribuyen a la intensidad de los debates sobre la ley y a la presencia continuada del problema en los medios de comunicación de nuestro país. Es decir, informar sobre violencia de género evita muertes.
Entonces, ¿de qué forma podemos disuadir de que lo hagan a esos diez hombres que están tramando y perfeccionando el modo en que darán muerte a sus parejas? La fórmula es relativamente sencilla: se deben convencer de que les saldrá mal, esto es, de que pagarán su culpa. La razón de que muchos ciudadanos, que se tienen a sí mismos por personas muy honradas, no delincan es que saben que está castigado y que les pueden pillar; y los medios de comunicación, en no pocas ocasiones, presentan las noticias de modo que el maltratador parece resultar impune, cuando las estadísticas señalan que son condenados el 84,2% de los enjuiciados. Y quienes han matado son una minoría de los enjuiciados.
Resultaría muy útil que la sociedad pudiera construir y visibilizar la imagen del maltratador detenido, juzgado y condenado. Y para ello, no es necesario esperar a que se produzca la muerte: 140.000 denuncias anuales por maltrato suponen un inventario de casos suficiente como para ser mostrado a la ciudadanía. Bastaría con hacer seguimiento de los dramas que se viven en los juzgados.
Porque si esos diez hombres se imaginaran a sí mismos en ese aplastante porcentaje de quienes acaban encarcelados, si se vieran a sí mismos detenidos, sentados en el banquillo de los acusados y finalmente entrando en la celda, y además lejos de sus hijos y sin poder disfrutar de su vivienda, pensarían que su estrategia está mal planteada, que no es el camino. Que no deben matar y no lo harían.
Publicado en El Correo, 3/11/09.
Hace 7 años
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