1 de agosto de 2021

Rió hasta el final

 Fue lunes. Había ido con MJ a Ikea, a devolver parte del material usado en la obra de su casa. Estábamos allí en la brega, al final de la tarde, cuando me sonó el teléfono. Era Mónica, mi hermana la pequeña. Vino a decirme algo así como que no me asustara, pero que papá esta en el hospital, que fuera para allí.

Estaba en urgencias en un recinto entre cortinas; mamá a su lado, tomándolo de la mano. Mónica y yo nos íbamos turnando. Hicimos pocos cambios, porque fue muy breve. Papá murió como había vivido, sin dar la lata. Estaba yo con ellos cuando el monitor pareció indicar algo y mamá me preguntó. 

-No sé, mamá, le digo a la niña que entre, que ella sabe más de esto.

Mónica siguió siendo 'la niña' hasta muy mayor: hasta que nació mi única sobrina.

Y ahí murió. Decía Moni que entendió el significado del verbo expirar cuando vio a papá tomar ese último aliento.

En ese momento de gran confusión, llevaron a papá a una habitación cerrada y nos explicaron que había muerto. Fue muy delicada la doctora dando la noticia. Entré a despedirme de él. Me sobrecogió la imagen de papá con la mandíbula relajada por su parecido con mi hijo. Le di un beso, el último beso, y salí.

Justo en el quicio de la puerta me di de frente con una pareja joven. Él hizo un gesto de reconocimiento, como quien da un toque con el codo a su pareja y dice: "Mira, es Lucía". En ese momento, me salió un aullido de dolor.  Y esos jóvenes, que parecían tan contentos, se inhibieron.

He aplazado contar dos cosas.

Primera cosa: Papá murió el 1 de agosto de 2005. Ese julio nos habíamos juntado las hermanas y sus familias en casa de Marta y Manu es Estrasburgo. A la vuelta, cita con papá y mamá para celebrar Santiago en un restaurante del Puerto Viejo. Papá ya no podía beber cava, pero lo sacó. Ahí comenzó una semana entera de despedidas con la gente a la que quería. Siete días de juergas y fiestas con nosotras, sus nietos, los tíos... Lo recuerdo bajando las escaleras del Puerto agarrado de mi brazo. Marta trajo el coche y fuimos a Igeretxe, a tomar el café en la terraza. Cómo le molestaba el sol, se puso un jersey sobre la cabeza a modo de pañuelo. Nos reímos a carcajadas de esa imagen. Él también reía. Rió hasta el final.

La otra cosa: Ya le había dado el ictus. Tenía poca movilidad; él, que se pateaba el pueblo de arriba a abajo varias veces al día. Había cogido la costumbre de ir los domingos a sacarlo de casa. Recorríamos los 50 metros desde el portal a un murito de Sarrikobaso donde nos sentábamos. Compraba yo quisquilla en el vivero de enfrente y nos las comíamos a escondidas de mamá. Y la gente que subía o bajaba, nos saludaba, le daban conversación. Jolines la de gente que conocía. Bueno, o le conocían a él.

Recuerdo de niña haberle preguntado un día quién era esa persona a la que había saludado.

-No tengo ni idea.

-Pero le has saludado...

-Sí, porque he visto que ella iba a hacerlo.

Yo aplico ahora su truco.

Bueno, segunda cosa: Aquel domingo anterior, no fui a comer las quisquillas con él. El lunes me dijo que me había echado en falta.

No hubo más domingos. 

Hoy hace 16 años de todo esto.



13 de marzo de 2021

Confía en mí: Puedes volar

No sé cuántos años tendría yo de aquello, pero ya habían trasladado el cementerio de al lado de la parroquia de Andra Mari a su ubicación actual.

 Habíamos ido mamá, papá, Marta y yo a pasear por la parte alta de Getxo, de lo que hoy llamamos Andra Mari. En aquel tiempo, el cementerio era extrarradio total. Había dos caseríos cerca y no lo entendíamos. No digo ya cuando construyeron allí un edificio de casas de azulejo blanco...

Sin compañía, no podíamos ir tan lejos. Al llegar al cementerio subiendo de la parroquia, el muro era bajito. En esa parte, mis recuerdos me llevan a donde enterraban a los niños sin bautizar y a los masones, pero quizá estoy mezclando la disposición del viejo cementerio, el que estaba al ladito de la iglesia de Andra Mari.

Me subí al muro y seguí el paso por su cumbre: Kareletik, diríamos en euskera. Al llegar mucho antes del portalón de entrada al cementerio, ya estaba yo a unos dos metros de suelo firme. Tenía que hacer algo: saltar o volver sobre mis pasos.

Papá extendio los brazos en cruz. "Salta", me dijo. Sacudí la cabeza de izquierda a derecha. No. Me daba miedo. "Salta. Confía en mí". Y volé a sus brazos, que me sostuvieron antes de que mis pies dieran con la tierra.

"Confía en mí": No hay mejor lección para atreverte a cualquier cosa.

Siempre he creído que el feminismo me lo enseñó mamá, pero ahora veo que también papá colaboró a mi audacia.

28 de febrero de 2021

Antonio Petit Caro siempre estaba ahí

 

Cuando alguien muere, se te vienen los recuerdos a borbotones.

El primer recuerdo que tengo de Antonio Petit Caro es de hace mucho tiempo: Fui a pedirle trabajo en Vasco Press y no me lo dio, pero sí recibí de él una sugerencia y un consejo que después he dado mucho al alumnado de la Facultad. Me dijo que faltaban cronistas locales, que era un género dejado, pero muy popular. El consejo era propio de un gran maestro: “Levántate cada día y convierte en un trabajo la búsqueda de un puesto de trabajo. Antes de tres meses, lo habrás encontrado”. Le hice caso. Soy periodista.

Después, de vez en cuando, coincidía con él en algunos eventos. Me encantaba oír su acento y ese saber de viejo periodista bregado en tantas faenas.

Era sevillano y un apasionado de los toros. Siempre he creído que la familiaridad con mundos diversos y el conocimiento de distintas jergas enriquece mucho los discursos, los embellece.

Un día, cuando fui vicepresidenta de la FAPE con el equipo de Magis Iglesias, me encontré su retrato en la galería de presidentes de esa Federación de periodistas. Me sorprendió lo breve de su mandato; más bien, diría que me dio pena. Ahí estaba Antonio.

Hablo con Magis de él y me dice "siempre me trató de forma exquisita, con respeto y reconocimiento". 

En 2010, en la Asociación Vasca de Periodistas (AVP) organizamos un acto de homenaje a los asociados más veteranos. Los juntamos en el salón de actos del BBV de la Gran Vía bilbaína, les escuchamos sus recuerdos, les obsequiamos con una figura de cerámica y nos fuimos a cenar con ellos. Nos reímos a carcajadas. ¡Madredegutenberg!, tenían una media de setentaitantos años y nos tumbaron. A eso de las dos de la madrugada les pedimos sopitas y nos retiramos a la cama. No sé si ellos siguieron la juerga. Ahí estaba Antonio.


 

Antonio Petit Caro, Julio Garro, Aitor Morillón y Juanma Gutiérrez en el homenaje de la Asociacion de Periodistas Vascos en 2010. / Mireya López de El Correo

Cuando creamos el Colegio Vasco de Periodistas volví a agradecerle su apoyo. Había sido un viejo anhelo de los profesionales vascos, pero por diferentes avatares no pudo hacerse realidad hasta que siendo yo presidenta de la AVP se produjo una conjunción astral de carácter casi milagroso y lo logramos. Ahí estaba Antonio.

Hubo momentos en que necesité su consejo y ahí estaba Antonio. Le dije que fuera pensando en presidir el Consejo Ético del Colegio, pero no me dio tiempo a crearlo antes de dejar de ser decana. Ahí habría estado Antonio.

 

24 de febrero de 2021

«El periodismo era un oficio que se aprendía haciendo lo que se veía a los demás, como la albañilería»

 

«El periodismo era un oficio que se aprendía haciendo lo que se veía a los demás, como la albañilería»

Ascensión Badiola Ariztimuño ha ganado el premio Ramiro Pinilla de Novela Corta por la obra ‘La decisión de Juana Mir’, en la que rescata la figura de la periodista bilbaína.


 

¿Cómo la nombro: con un solo apellido o dos?

Los dos, que mi madre también tiene su importancia. ¿A que sí? Estará encantada.

Pues bien, Ascensión Badiola Ariztimuño (Bilbao, 1961) es investigadora y escritora. En septiembre de 2020, fue galardonada con el premio Ramiro Pinilla de Novela Corta en su tercera edición por la obra La decisión de Juana Mir, publicada por Txertoa. No es su primera obra: En una década, ha publicado otras tres novelas históricas; también la premiada lo es.

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Publicado en Pikara Magazine, 24/02/2021.

 

12 de febrero de 2021

Cuando la víctima es hombre

 En los quince años transcurridos desde que entró en vigor la ley de lucha contra la violencia machista, se han presentado cerca de dos millones de denuncias, lo que hace una media de 346 diarias. En 2019, el ritmo de asesinatos fue de una cada 6,5 días. De mantenerse, esta semana será la última para una mujer; y la semana que viene para otra. Solo en nuestro país.

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Publicado en Pikara Magazine, 10feb2021.

 

9 de febrero de 2021

Quan la víctima és un home

 

Quan la víctima és un home

Fa un parell de setmanes es va fer pública la sentència per l'assassinat d'Asier Niebla, que va morir el 2018 després de ser colpejat per l'exparella d'una noia amb qui conversava: culpable d'homicidi amb agreujant de gènere per primera vegada en un cas en què la víctima és home. L'autora posa la mirada en les formes vicàries de violència masclista i destaca la importància que existeixi doctrina jurisprudencial. Aquest article forma part de la sèrie de col·laboracions d'opinió i anàlisi que la 'Directa' posa a disposició de diversos espais i col·lectius socials

 

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Publicado en La Directa, 9feb2021. 

31 de diciembre de 2020

En los medios 2020

 

 26/febrero: Pikara Magazine.

¿Me ayudais a montar una publicación digital?

Sobre el décimo anivesario

 25/marzo: Pikara Magazine

Las vidas de Pikara

Un repaso a algunas de las vidas que ha tenido Pikara, que han sido muchas y dispares. ¡Larga vida a 

Pikara!

 

2/urria

 June Fernandezi egindako elkarrizketa: Berria egunkarian.



5/octubre: Si no puedo bailar... Radio 3

Entrevista a June Fernández sobre su libro 'Abrir el melón' 

 

11/octubre: El vigésimo aniversario del atentado a la revista Galea

Teresa Abajo lo cuenta en El Correo



 
 

18 de noviembre de 2020

Iñazio Arregi, un maestro

El lunes murió Iñazio Arregi, periodista, euskaltzale, jesuita...

Me gustaría enlazaros su entrada a la Wikipedia, pero no existe.

Lo conocí en los años ochenta como profesor de un curso que perfeccionamiento del euskera que seguí en la Universidad de Deusto. Habría quedado ahí, pero ahora quiero hablaros de una importante frustración. Y de pena.

El 12 de junio de 2012, después de muchos avatares, el Parlamento vasco aprobó la Ley de Creación del Colegio Vasco de Periodistas. Por cierto, lo hizo con el voto en contra del Partido Nacionalista Vasco, defendido por Luke Uribeetxebarria Apalategi, licenciado en Ciencias de la Información en 1988 por la Universidad de Navarra. "Cosas veredes, Amigo Sancho".

Su puesta en marcha fue toda una aventura no exenta de épica, pero..., por fin, en febrero de 2014, conseguimos darle forma, celebrar la asamblea y las elecciones a su junta.

Iñazio era miembro de la Asociación Vasca de Periodistas, el órgano del que emanó el Colegio. Yo era su presidenta y, tras la nueva creación, su primera decana y colegiada número uno.

Arregi, que había luchado por él y había compartido el anhelo de su creación,  también quería ser colegiado. La ley establece la obligatoriedad de poseer una licenciatura en Periodismo  o Comunicación Audiovisual para formar parte de ellos, de la misma forma que indica que no pueden ser liderados por personas que pertenezcan a eso que se llaman 'clases pasivas'. Y esto constituye una ilegalidad en una parte de los colegios del gremio, de aquellos que admiten a personas sin licenciatura.

Hablé mucho con Iñazio cuando aquello. Ni él ni yo compartíamos la injusticia de que él no pudiera integrarse. No es solo que hubiera ejercido el periodismo en tiempos fatales, sino que, mucho antes de la creación de las primeras facultades, cuando se crearon las escuelas, él formaba parte de los tribunales encargados de la acreditación.

Me lo explicaba; me decía que fue él quien tomó la decisión de que algunos pudieran ejercer... Yo me sentía con las manos atadas.

Te estoy hablando de una de las grandes frustraciones que me generó ser la primera decana. No solo eso: me produjo una pena inmensa semejante ingratitud.

Aún me la produce.

La foto es de Garaialde y la he tomado de aquí.


5 de septiembre de 2020

De Barinatxe a 'Goenkale'

Fue en agosto de 1994. Había ido a la playa, a Barinatxe, con la tabla. La marea estaba bajísima. Cogí una ola y cuando me aproximaba a la orilla, entusiasmada por lo larga que había sido, atropellé a una mujer. Miré así, para arriba, ji ji ji, con cara de inocente, de Yo no quería. Era Irune Manzano.

―¿Qué tal, Irune? ―Ella con cara seria, yo con sonrisa horizontal; ella desnuda, yo también. Más vale que no siga.

Y me contó que estaban grabando una serie en euskera para ETB-1: Goenkale.


 La serie, que era diaria, se estrenó en el siguiente octubre y estuvo más de 20 años en antena. Con diferencia, el programa más longevo no solo de la televisión vasca, también de la española. Goenkale marcó un hito por muchas razones: por las dimensiones del equipo que había detrás, por la importante escuela y cantera de actrices y actores que supuso, porque sus diálogos otorgaron al euskera una naturalidad y frescura hasta entonces inexistente en las producciones dobladas. En Arralde ―así se llamaba el pueblo de ficción―, el tabernero, sus clientes, los personajes, en general, no hablaban como académicos de número de Euskaltzaindia pronunciando una conferencia, sino como habla la gente de la calle; incluso, como habla la gente sin alfabetizar.

Ya había escrito yo algo sobre ella unos meses antes.

 

No ha sido la única vez que he obtenido información de la guisa en la que estaba en Barinatxe. Pero esto lo contaré en otra ocasión.

22 de julio de 2020

De Donibane Getxo a Donibane Leioa

Mi infancia transcurrió en un barrio rodeado de huertas y pequeñas casitas. Al principio, los caminos eran de guijarro... o de barro. Jugábamos al hinque, al trucumé, a las chapas y las canicas, a la cuerda, a la goma, a 'Tres navíos en el mar', a ponernos latas de conserva en los pies y dar la lata a las vecinas...
El acontecimiento anual era la sanjuanada. Los días previos, recolectábamos helechos, ramas, muebles viejos, papel, cartón y, en lo alto, colocábamos un muñeco hecho con paja y ropas viejas. Ese era el día de los niños, y de las niñas, claro.
A mediados de los setenta, los curas de la parroquia de Andra Mari -Txomin, José Mari y don Francisco (luego, Patxi)- abrieron un local en la parte trasera del barrio. Era una lonja preciosa y muy bien diseñada entre las calles Iturbide y Maidagan. Ahí nos juntábamos, hacíamos reuniones, teatro, exposiciones, concursos de ajedrez... Los domingos, se celebraba misa. Por aquello de la sanjuanada, José Mari propuso llamarlo Donibane.
A ver si consigo describirlo bien. Tenía forma de cuadratín -#- aunque no era romboide: sus líneas eran perpendiculares y la zona central, rectangular. En las cuatro esquinas, había un sistema de biombos que permitía distintos usos simultáneos. Yo diría que los tonos eran granates y negro ala de mosca, aunque no estoy muy segura.
En ese local, gané una medalla en un campeonato de ajedrez, estropeé un juego de luces que Javi V. había preparado para la representación de 'El principito' y fui jurado de un concurso de dibujos de belenes. Uno de ellos, de una criaja de muy poquitos años, era un manchurrón oscuro en forma de arco con un rectángulo que contenía tres puntos a la derecha. Cuando le preguntamos qué había hecho, dijo que era el portal de Belén, que lo habían cerrado por el frío y había que tocar el timbre.
En algún momento, el local perdió actividad y los curas se lo cedieron a una organización ocupacional para personas con síndrome de Down.
Allí estuvieron un tiempo que no puedo precisar. Después, se trasladaron a Leioa, al barrio Sarriena. Y allí siguen. Lo curioso, es que se llevaron el nombre: Donibane. Puedes verlo aquí.
Hace casi 50 años de esto y estoy segura de que sus actuales ocupantes no saben de dónde les viene el nombre
Por cierto, Txomin todavía vive.