Betty Vargas, que es quien hablaba, tiene 51 años y arrestos suficientes para tirar del carro incansablemente. Además, es dulce, delicada. Tiene tres hijos varones y dos mujeres. Y a Carlos, su compañero en esta aventura de salir de una vida sin posibilidades de prosperar. Ahora viven en Barakaldo, en un piso de alquiler con cuatro habitaciones: la del matrimonio, dos de los hijos varones y la de las hermanas. Ya no es necesario que se hacinen para hacer los deberes. Un quinto hijo, el mayor, vive en Bolivia y espera la ocasión de triunfar como central en algún equipo de futbol.
El domingo 13 de noviembre, se celebraba en algunos municipios la jornada especial 'La familia de al lado-Bizilagunak'. Mi hermana Marta y Manu, el Ararteko, habían tomado la decisión de acoger en su hogar a una familia de procedencia extranjera. Y ahí es donde entran Betty, Carlos y sus hijos. Yo me cuelo de rondón. Y es uno de los mejores regalos que me han podido hacer Marta y Manu.
Conchi, la amatxu de Manu, está en el hospital aquejada de una enfermedad y Manu me pide que ayude a Marta y la acompañe antes mientras él está en el hospital. Marta y yo tramamos que ella se encarga de la comida y que yo haga un pan de los míos y lleve jabones, también de los míos, para regalar a la 'familia de al lado'.
Como últimamente es habitual en mí, llego tarde a la cita. Siempre encuentro pretexto. 'Ah, ¿era a las 13 horas y son y veinte? Pues no sé qué ha podido pasar'. Y Marta ni me hace caso.
-¿Qué hago?
-Ya nada. Hay que limpiar esa cazuela.
Me remango.
Manu, Marta y yo en la sala de su casa, mirándonos, callados, esperando a que suene el timbre. Queremos hablar. Afortunadamente, suena el móvil y Manu atiende la llamada. Marta y yo, como siempre hemos hecho, desde niñas, empezamos a reirnos de cosas sin importancia.
Timbrazo.
-Manu -le digo-, cuelga, que están aquí.
Se despide.
Cada cual aporta algo de lo suyo: la familia de Betty, unas empanadillas preciosas. Ahora lamento mucho no recordar el nombre. Lo podía haber apuntado en mi libretilla de periodista, pero no estaba trabajando, sino gozando de la vida.
Mi hermana Marta había hecho una ensaladilla rusa muy bien decorada. Manu comienza a enseñarnos vinos. Betty, Carlos, nos hablan de su vida, del fútbol, de los niños, de Santa Cruz en Bolivia.
Cuando llega la comida, por lo general, se hace un silencio. Esta vez no. Hablamos y hablamos. Marta reparte la alubias de Tolosa y me encarga la división de los sacramentos. Carlos está encantado de que haya tocino. Quiere. La berza es de la huerta, con buen aceite de oliva.
Los hijos toman la palabra: mecánico, peluquera, algún curso de la ESO (Perdona mi falta de rigor, pero no estoy trabajando, sino disfrutando), enseñanza de adultos.
'Mi pareja es vasca'
Hablan de ello. Conocen a la familia de sus parejas. Son majos, vienen a decir.
No hay choque cultural: Celebran la Navidad como nosotros; y los carnavales. La pequeña tiene brackets. Una muestra indiscutible de que somos iguales, somos los mismos, somos nosotros con un acento distinto.
Postres, nada de café, dulces de Bolivia y del Eroski de Berango: mestizaje.
Va cayendo la tarde.
-Nuestra familia es de mucho cantar- les decimos.
-Y nosotros de bailar bachata.
-¿Bachata? Es un, dos, tres, fuera; un, dos, tres, fuera; un, dos, tres, fuera. -Me abalanzo.
Sacamos la música de la tablet y bailamos.
Abrazos. Promesas de reencontrarnos y la gran felicidad de haber participado en esta experiencia.
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