13 de noviembre de 2016

La familia de al lado son seis, de Bolivia

-Un día me senté ante mi marido y le dije que iba a comprar un billete de avión para España, que teníamos que salir de allí. Vivíamos en una casa de alquiler y, cuando venían los amigos de los niños a hacer los deberes del colegio, no cabíamos en casa. Carlos me dijo que ya viajaba él, que yo quedara en casa con los hijos. Hablé con una amiga que vivía en Getxo y me dijo que había trabajo para mujeres, pero no para hombres. Otra amiga me prestó el dinero para el pasaje, unos 1.100 euros Cuando fui a comprarlo, podía ser para el 21 o el 23 de marzo, pero como el 22 es mi cumpleaños, quise celebrarlo con mis hijos antes de partir. Desde que hablé con mi marido hasta que partí, transcurrió una semana. Las once horas del viaje en avión me las pasé llorando. Temía que no me aceptaran. Estaba dispuesta a saltar del avión si hacia falta. Llegué a Getxo. Me alojaron en casa de la amiga. Dormía en el sofá. Las cuatro personas que vivían en la casa salían temprano a trabajar. Yo les preparaba la comida para cuando llegaran de noche. Un día, uno de ellos me acompañó a un lugar en el que podía ver los anuncios de trabajo. Me cogieron en una casa de Barakaldo para cuidar a un señor. Habían trascurrido 27 días desde que aterricé en Getxo. Me planté con mi maleta en la estación de metro de Barakaldo. Una gran familia. Cuatro meses después, llegó Carlos y, a los 11 meses, los hijos. La mayor, de 15 años se había quedado al cargo de la familia.

Betty Vargas, que es quien hablaba, tiene 51 años y arrestos suficientes para tirar del carro incansablemente. Además, es dulce, delicada. Tiene tres hijos varones y dos mujeres. Y a Carlos, su compañero en esta aventura de salir de una vida sin posibilidades de prosperar. Ahora viven en Barakaldo, en un piso de alquiler con cuatro habitaciones: la del matrimonio, dos de los hijos varones y la de las hermanas. Ya no es necesario que se hacinen para hacer los deberes. Un quinto hijo, el mayor, vive en Bolivia y espera la ocasión de triunfar como central en algún equipo de futbol.

El domingo 13 de noviembre, se celebraba en algunos municipios la jornada especial 'La familia de al lado-Bizilagunak'. Mi hermana Marta y Manu, el Ararteko, habían tomado la decisión de acoger en su hogar a una familia de procedencia extranjera. Y ahí es donde entran Betty, Carlos y sus hijos. Yo me cuelo de rondón. Y es uno de los mejores regalos que me han podido hacer Marta y Manu.

Conchi, la amatxu de Manu, está en el hospital aquejada de una enfermedad y Manu me pide que ayude a Marta y la acompañe antes mientras él está en el hospital. Marta y yo tramamos que ella se encarga de la comida y que yo haga un pan de los míos y lleve jabones, también de los míos, para regalar a la 'familia de al lado'.
Como últimamente es habitual en mí, llego tarde a la cita. Siempre encuentro pretexto. 'Ah, ¿era a las 13 horas y son y veinte? Pues no sé qué ha podido pasar'. Y Marta ni me hace caso.
-¿Qué hago?
-Ya nada. Hay que limpiar esa cazuela.
Me remango.

Manu, Marta y yo en la sala de su casa, mirándonos, callados, esperando a que suene el timbre. Queremos hablar. Afortunadamente, suena el móvil y Manu atiende la llamada. Marta y yo, como siempre hemos hecho, desde niñas, empezamos a reirnos de cosas sin importancia.
Timbrazo.
-Manu -le digo-, cuelga, que están aquí.
Se despide.

Ya sentados en la sala, como podemos, empezamos a hablar: Quién eres tú, quién soy yo, somos nosotros, somos todos. Somos gentes con mucho en común. Y encantadas y alegres de encontrarnos.

Cada cual aporta algo de lo suyo: la familia de Betty, unas empanadillas preciosas. Ahora lamento mucho no recordar el nombre. Lo podía haber apuntado en mi libretilla de periodista, pero no estaba trabajando, sino gozando de la vida.
Mi hermana Marta había hecho una ensaladilla rusa muy bien decorada. Manu comienza a enseñarnos vinos. Betty, Carlos, nos hablan de su vida, del fútbol, de los niños, de Santa Cruz en Bolivia.
Cuando llega la comida, por lo general, se hace un silencio. Esta vez no. Hablamos y hablamos. Marta reparte la alubias de Tolosa y me encarga la división de los sacramentos. Carlos está encantado de que haya tocino. Quiere. La berza es de la huerta, con buen  aceite de oliva.
Los hijos toman la palabra: mecánico, peluquera, algún curso de la ESO (Perdona mi falta de rigor, pero no estoy trabajando, sino disfrutando), enseñanza de adultos.
'Mi pareja es vasca'
Hablan de ello. Conocen a la familia de sus parejas. Son majos, vienen a decir.
No hay choque cultural: Celebran la Navidad como nosotros; y los carnavales. La pequeña tiene brackets. Una muestra indiscutible de que somos iguales, somos los mismos, somos nosotros con un acento distinto.
Postres, nada de café, dulces de Bolivia y del Eroski de Berango: mestizaje.
Va cayendo la tarde.
-Nuestra familia es de mucho cantar- les decimos.
-Y nosotros de bailar bachata.
-¿Bachata? Es un, dos, tres, fuera; un, dos, tres, fuera; un, dos, tres, fuera. -Me abalanzo.
Sacamos la música de la tablet y bailamos.
Abrazos. Promesas de reencontrarnos y la gran felicidad de haber participado en esta experiencia.



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