14 de abril de 2010

Kunta Kinte, acusado de esclavitud


Kunta Kinte, acusado de esclavitud

Estoy un poco confundida. Parece haber un consenso total en contra de la figura de Bibiana Aído y un acuerdo en tergiversar cualquier iniciativa que proponga. Me ha dado por pensar que la razón es que Zapatero confiaba tan poco en el proyecto de un Ministerio de Igualdad que, a propósito, puso al frente de él a una mujer joven, desconocida, nada apreciada; aunque acaso una mujer de carácter, más madura, con pedigrí, habría logrado mejor el objetivo de dinamitar cuantos resortes de transmisión de la desigualdad sufrimos en nuestra sociedad.
Una política con espuelas, como María Teresa Fernández de la Vega, no habría sido objeto de tanto ataque como Aído. ¿O sí? Pero el planteamiento es falaz porque lo fundamental no es que la igualdad se presente con voz joven o experimentada, sino que debe presentarse y que, cuando se hace, salen los aullidos machistas para acallarla. Y la forma que adoptan es la caricatura. Todo cuanto emprende la ministra es presentado en la sociedad, y en los medios, como objeto de guasa. Sin embargo, la igualdad no es un objetivo que debamos lograr, sino un principio constitucional. Es decir, no es la meta, sino la salida.
La semana pasada, les tocó el turno a los cuentos infantiles. La noticia se presentó en algunos medios como un ataque a la tradición cultural, acompañado por titulares con más ingredientes para sonrojar a sus autores que a la ministra: Se vino a decir que Blancanieves y Cenicienta había sido acusadas de sexistas.
Pues sí. Esos cuentos, que se narran a niños y niñas a edades muy tempranas, presentan a la mujer como una fregona, maltratada por sus hermanastras -esto es, por otras mujeres-, que finalmente es redimida por un hombre: el príncipe azul, la personificación del amor romántico. Para identificarse ante él, Cenicienta debe rivalizar con sus hermanastras, que tienen aspiraciones de ser esposas aunque no sean amadas, y son capaces de estrangularse los pies en zapatos estrechísimos para hacerse pasar por esa dulce fregona que ha encandilado al elegante príncipe. Ésa es Cenicienta, sucia pero honesta. Y cumplidora: si no llega a casa a la hora exigida, su carroza se transforma en calabaza. Sumisa, obediente. Una chica de su tiempo, pero no de todos los tiempos, no del siglo XXI. El hecho de que las cenizas de carbón y leña que dan origen a su nombre hayan desaparecido hace 50 años de los hogares no es razón para deslegitimar el cuento.
Blancanieves es la criada de siete hombres enanos, muy diligente ella, a quien su madrastra ha confinado en la caverna porque teme su belleza. Finalmente, el príncipe topa con ella, la besa y la redime.
No es necesario ser feminista, ni siquiera muy avispado, para entender que la imagen que se da de hombres y mujeres en esos cuentos no es neutra: ellos mandan, ellos salvan, ellos redimen, ellos son el objeto de deseo; ellas sirven, ellas limpian, ellas rivalizan por la belleza y compiten por el marido. Aunque ni lo conozcan, ni lo amen. Ni las conozca ni las ame.
¿De verdad cree alguien que ese planteamiento es igualitario?¿Puede sostener alguien que esos cuentos no albergan planteamientos muy asimétricos en el trato de mujeres y hombres? ¿Es posible pensar que esas narraciones son inocuas, que no dejan un poso? ¿Y que, además, ese poso se asienta a una edad de extraordinaria vulnerabilidad, en la infancia?
Volvamos a los titulares: «Cenicienta y Blancanieves, acusadas de sexismo». Ese título parece, con perdón, obra de alguien que cree que el sexismo de los tiempos de Perrault no es revisable sino reivindicable: Las cosas eran así y así se las contábamos a los niños, para prevenirles. Pero hoy, cerca de cuatro siglos después, sabemos que no se debe presentar a las mujeres como acusadas, porque no son ellas las culpables de la desigualdad, son las víctimas.
Es sorprendente que las sociedades democráticas estén más preparadas para revisar y reeditar sus leyes que los relatos infantiles. En el XIX se aceptaba y practicaba la esclavitud. Hoy nadie toleraría una novela o película que hablara de esa infausta época dando por bueno que los negros -y las negras, con perdón- puedan ser comprados, usados, humillados, azotados. Las películas que se han internado en esas miserias reflejan a los tratantes de personas como lo que son: escoria humana, afortunadamente superada. ¿Cree alguien que toleraríamos hoy que se nos presentara al tratante como el redentor de los esclavos negros? ¿De verdad?
¿Se aceptaría con naturalidad y mofa un titular tipo 'Kunta Kinte, acusado de esclavitud'? El mandinga protagonista de 'Raíces', que fue robado de su hogar en algún lugar del oeste de África y murió a principios del XIX, se revolvería en su tumba. Vendría a este tiempo de dos siglos después y quizá solamente Aído entendería su desconsuelo.

Publicado en El Correo, 14/04/10.

La ilustración es de Jesús Ferrero.

7 comentarios:

Nahum dijo...

Querida Lucía,

Sabes que coincido contigo muchas veces, pero en esto estoy en radical desacuerdo. No tanto en la gestión de Aído (me parece muy floja, sí), sino en la cuestión de fondo.

No creo que los cuentos sean tan decisivos en la formación de un machista, francamente. Es que si tiramos de ese hilo (y de muchos otros bajo la tiranía de lo "políticamente correcto") y nos ponemos tan estrictos nos cargamos todos los mitos griegos, el 95 de relatos bíblicos y, qué narices, casi toda la pintura, literatura y escultura hasta hace dos días. Ah, y el cine, claro. Y hasta el ballet, por tener más bailarinas que bailarines.

No me parece una senda adecuada. Es más, me asusta.

Por ejemplo, no creo que mis hermanas y mis hermanos hayamos salido muy diferentes en cuestiones de igualdad: y mi padre nos contaban a todos el rapto de Helena y las cuitas de Dulcinea. No creo, ni remotamente, que el subconsciente de ellas (madres de familia, trabajadoras) esté dominado o minusvalorado por las imágenes de esas dos damas. Supongo que tampoco por Blancanieves...

momodice dijo...

Creo que a veces se leen cosas que no están escritas. No sostengo que haya que cargarse los cuentos, ni la literatura, ni la mitología... Propongo que se acepte sin escándalo que esas narraciones son fruto de su época y dibujan una sociedad machista, y que decirlo no es pecado, ni exageración, ni motivo para llevarse las manos a la cabeza. Y ya, de paso, que no son los personajes los sexistas, sino una personificación de las víctimas del sexismo. Esa exageración que lleva a invertir los términos y convertir en ofendido al ofensor me suena mucho a ciertos totalitarismos. A esos señores (y señoras) habría que decirles que el objetivo no es arrebatarles el mundo, sino hacerlo igualitario.

José Manuel Padilla dijo...

Hola Lucía, totalmente de acuerdo. Se meten con la "más débil". Creo que quedan muchos nostálgicos de esos que ven mejor a las mujeres "entre fogones" y "en casita", que no "de tú a tú" como compañeros de trabajo. Como hombre que soy, ya vale de menospreciar las políticas de igualdad.

Salud y progreso.

David Lozano dijo...

Estoy completamente de acuerdo contigo, Lucía. Da la impresión de que dibujar la realidad como el contenido sexista, en este caso, de muchos cuentos infantiles escuece mucho en los tiempos que corren.

A Bibiana Aído siempre le tocará "recibir" pero sus propuestas y argumentos (arriba miembras) me parecen estupendas.

José Manuel Padilla dijo...

Está claro que tradicionalmente se nos educa desde un punto de vista de "superioridad" del hombre frente a la mujer. Quiero pensar que es por el peso de la tradición.
Es tiempo de que poco a poco vayan cambiando las cosas, periodistas, educadores, Administración y cómo no, empresarios, todos tenemos en nuestra mano hacer una sociedad más justa e igualitaria.

Nahum dijo...

Tienes razón, Lucía. Quizá el verbo "cargarse" daba lugar a equívoco en mi argumentación.

Claro que se acepta sin escándalo que son fruto de su época. Lo que vengo a decir son dos cosas:

1. Que analizarlos desde la perspectiva de género es limitar muchísimo el alcance y la grandeza de muchas de esas historias. Hay también muchos otros valores positivos presentes que, en esta polémica, a veces parecen olvidarse: heroísmo, entrega, amor, compasión, justicia, etc. ¿Si los reducimos a una cuestión de género muchos de ellos pueden interpretarse como machistas? Sin duda. Mi apunte es que al mirarlos globalmente hay muchísimos más valores importantes, incluso al leerlos desde esta época nuestra.

2. Que los cuentos en la educación no son tan decisivos como para perder un minuto en ellos. Y ponía un ejemplo personal, el mío y de mis hermanas. Ante las generalizaciones, intento aportar las vivencias que tengo a mano. Vamos, que el porcentaje de machismo que puede aportar un cuento a un niño lo veo mínimo. El machismo nacerá en lo que vea en su casa, en la relación con los amigos, en los valores que transmita su ambiente y cosas así. ¿Los cuentos? Al revés: incluso estos que citamos los harán mucho mejores al animarles a desarrollar su imaginación, su sensibilidad, su cultura, etc. Yo no soy machista, gracias, en parte, a las historias tan "políticamente incorrectas" que me contaba mi padre cuando era niño. Todos aquellos relatos de guerras, raptos, batallas y heroísmo han desarrollado mi sensibilidad, mi capacidad de argumentación, mi afán por saber, etc.

Por eso decía que no me gustaba esta senda: porque considero una nimiedad lo de los cuentos. Y desde mi perspectiva, creo que hay muchas cosas más relevantes que criticar en torno al machismo (cuestiones ideológicas, mediáticas, de educación en valores) como para perder medio segundo en Blancanieves. Por eso critico como ciudadano a la ministra Aído, sin aullidos machistas, intentando aportar razones.

Jo, espero poder haberme explicado mejor esta segunda vez. Un placer, as usual.

momodice dijo...

Yo creo que la perspectiva de género es un procedimiento muy válido para observar y analizar la sociedad y saber cómo hemos llegado aquí. No es una mirada reducida, como parece derivarse de tu expresión (“Si los reducimos a una cuestión de género…”) sino muy amplia y crítica. Es más amplia y válida que otras miradas, como la religiosa, por citar una. O la marxista, por citar otra.
Los cuentos no son decisivos en la educación pero son una gota más del sirimiri. No son nimios. De hecho, hay muchas niñas que quieren ser princesas y muchos niños que las quieren salvar.