Cuando éramos pequeñas, la basura era completamente distinta. Aquello sí que
era basura bien organizada.
A la tienda se iba con la bolsa o con el carro; apenas había envoltorios de
plástico y los papeles de envolver se usaban para encender el fuego de la
cocina económica; las botellas de gaseosa Gorbea y de cerveza, se devolvían; el
vino se compraba en garrafas de cinco litros; los huevos los traíamos de la
granja de Águeda en la huevera de plástico –la nuestra era azul–.
Además, tirar comida era pecado. Se aprovechaba todo: la parte fea de las
verduras para caldo o puré; la cabeza del pescado y los huesos, también para
caldo; la carne del cocido para empanadillas, croquetas o para la salsa de
tomate; el pan duro para hacer sopa; si sobraban alubias o lentejas, se hacía
puré; si la leche se cortaba, nos peleábamos por el requesón; la nata de
hervirla se usaba como postre o para hacer bizcochos; el vino picado se
conservaba y, cuando se avinagraba, aliño para las ensaladas; en algunas casas
se hacía jabón; las cenizas del fuego se usaban para poner en los bordes de la
huerta y evitar que entraran los caracoles y limacos; las borras del café y la
achicoria para las plantas; la fruta se comía sin pelar, porque ahí estaban las
vitaminas.
Solo se tiraba lo que no servía ni podía servir en el futuro para nada. La
basura se dejaba en el balcón, en un balde de cinc, y cuando venía el basurero
bajábamos los 58 escalones a toda velocidad a vaciarlo en el propio camión. Dos
o tres días a la semana, al atardecer, venía el peladurero. Era un aldeano
alto, no mucho mayor que mis padres, delgado, con pantalón azul de mahón,
txapela, la camisa blanca abrochada hasta el último botón y abolsada en la
cintura… Creo que su caserío estaba en la vega. Tenía cerdos y venía por las
casas a recoger los restos orgánicos que le guardaban las madres; de puerta en
puerta con un bidón metálico que cargaba en el carro. En verano, si se
retrasaba, las mujeres le regañaban porque la basura olía. Pero le esperaban. No
nos mandaban con ello cuando llegaba el camión de la basura.
Las lecheras también venían en carro, andando a la par del animal. El
peladurero venía con prisa. Cuando cargaba los bidones del barrio, se subía de
un salto al carro, arreaba con las riendas a la mula y, todavía de pie, salía pitando.
Hace 7 años
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