En junio de 2013, nos sorprendió la noticia de que un
ciudadano bilbaíno, Juan Carlos Aguilar Gómez, había sido detenido por
el homicidio de al menos dos mujeres. El proceder del feminicida fue tan
truculento que ocupó muchísimo espacio en los medios. La noticia
despertó interés, pero también morbo. Los detalles
de su detención, de la selección de las víctimas –mujeres inmigrantes
muy vulnerables–, del trato que les dio antes y después de matarlas,
unidos a la propia personalidad del acusado, convirtieron lo que debía
haber quedado en un caso de doble homicidio en todo un folletín.
Al ser propietario de un gimnasio, Zen4, y haber colgado vídeos en los
que practicaba artes marciales, lo llamaron el ‘maestro shaolín’, pero
como los practicantes de esta disciplina negaron que él tuviera los
méritos que acreditan tal condición, lo transformaron por arte de las
imprentas en ‘falso shaolín’. Sin rubor.
Durante
aquellos días, recuerdo haber tenido la impresión de que a profesionales
de algunos medios les hacía salivar su fantasía de que el caso no
quedara en las dos primeras víctimas: Un ‘Jack, el destripador’ a la bilbaína para escribir una nueva página en la historia del periodismo. Muy chirene. Como si el precio de otra vida lo valiera. Seguir leyendo.
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