El 5 de mayo, el cactus de mi ventana me dio esta flor. Era la primera del año y aún tenía cuatro pimpollos más, cuatro promesas. Siempre he creído que, más que un cactus, es un prodigio. Durante el resto del año, esas bolas de pinchos tan ariscas llaman muy poco mi atención. A veces, al abrir o cerrar la ventana, las veo y lo riego un poco. Por cortesía, pero sin desgana. Pueden pasar semanas sin que las mire. Hace años que una de las bolas tiene una telaraña que ni me he molestado en quitar por no herirme.
Digo que parece un prodigio porque los pimpollos le salen por abril. De ahí a una o dos semanas, cada bolita gris y peluda crece dos centímetros. Un día, siempre sin que yo lo vea, ha aumentado hasta 20 o 25 centímetros. Es la señal inequívoca: Se abrirá esa noche. Su puntualidad es asombrosa. La explosión se produce con parsimonia de 10 a 10 y cuarto de la noche. Si tengo la suerte de acordarme y la paciencia de pararme, puedo ver los estrincones que dan los pétalos al separarse. Son movimientos violentos, bruscos, silenciosos, necesarios. Una vez desplegado el universo de la flor, su aroma es dulce, muy dulce. Conviene que me pille avisada, porque si al día siguiente el sol calienta, para mediodía ya está ajada. Si sale nuboso, aguantará hasta la noche.
Es un cactus con historia. Contaba mamá que su madre, amama Salomé, le había regalado un impermeable amarillo. Cuando lo estrenó, todavía de jovencita, un amigo jardinero, le dio una bola de cactus para
que la plantara. Ella lo olvidó en el bolsillo hasta
que volvió a llover. El jardinerito le dijo que había hecho lo correcto y
ella lo plantó. De aquello, que sucedió hace 70 años, vienen estas
flores. No recuerdo cuándo me daría mamá la bola de la que han nacido éstas, pero sé que han lucido en ventanas de al menos tres casas distintas, tres hogares en los que he vivido.
Este año, cometí un sacrilegio: la arranqué, la puse en un vaso y a media tarde se la llevé a mamá.
La olió y muy seria me dijo:
-Tenéis que conservar ese cactus. No dejéis que se pierda.
Mamá murió al alba del 27 de mayo. Aquella noche, el cactus había dado tres flores.
Hace 7 años
2 comentarios:
Soy una seguidora habitual de tu blog, aunque no te conozco. Quería decirte que lo siento mucho, Lucía, y que tus palabras expresan con muchísima belleza y sentimiento lo que sentías por tu madre. Emocionante homenaje diario. Esté donde esté, se tiene que sentir muy orgullosa de ti. Un abrazo.
Muchas gracias, anónima seguidora. Siempre son bienvenidos el apoyo y los ánimos. Otro abrazo.
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