Es una de las fotos más viejas que tengo con él. Antes
éramos replicantes. No nos interesaban las imágenes porque despreciábamos tanto
el pasado como el futuro. Así vivíamos en los ochenta. Esta es de finales de
esa década, de septiembre de 1989.
Es la imagen para contar una historia. Unos diez años antes,
yo era una joven estudiante de Periodismo en la Unidad de Ciencias de la Información, aún
dependiente de la
Universidad Autónoma de Barcelona. Yo había querido ser
periodista o arquitecta. Parecen cosas distintas, pero con los años he
aprendido que es lo mismo. Finalmente, se trata de construir: edificios o
noticias. Y las noticias requieren que se ponga un ladrillo de verdad sobre
otro ladrillo de verdad y sobre otro. Se debe constituir un edificio verdadero
y habitable.
Yo quería algo. Había acabado el COU y, una mañana, mamá me
dijo que convocaban a una asamblea en Sarriko para establecer los estudios de Periodismo en Bilbao. Si me hubiera dicho que se trataba de Arquitectura, también
habría ido.
De aquella asamblea salí casi matriculada en una quimera:
estudiar Periodismo en Lejona con profesores contratados por los estudiantes,
pero con la matrícula en Barcelona.
Me estoy extendiendo. Quería contar que ya estaba en segundo
de carrera y un profesor, cualquiera, me encargó una entrevista.
¿A quién, sino a Ramiro?
La preparé despacio. Le llamé y que sí. Ahora sé lo generoso
que fue conmigo porque después, durante años, ya no me dijo que sí a ninguna. “¿Una entrevista? Cuando escriba una novela y tenga algo que contar…”. Y así
durante años. Y años. Y años. Ni una entrevista, ni a quienes entrábamos en ese
breve inventario de sus amistades.
Para la de la universidad, dividí el cuestionario en 4:
Ramiro escritor, Ramiro getxotarra, Ramiro periodista, y una cuarta que no
consigo recordar.
Me fui para allá, a Walden, una casa con tejado a dos aguas.
En aquel tiempo, antes de hacer la obra, Ramiro escribía en el vértice del
tejado, en lo más alto de la casa. La puerta del jardín estaba desvencijada y a
veces se veía un cartel del que hablaré otro día.
Él estaba escribiendo y vio que llegaba. Era un día de calor
y muy ventoso, mucho. Abrió el ventanuco para saludarme y con la palma de la mano me dijo que bajaba.
Yo me adentré en el jardín, que era una selva, hasta la puerta de entrada a la
casa.
Esa ventana quedaba justo frente a la mesa en la que él
escribía sobre papeles reciclados. En aquella época, sobre el envés de los
carteles del Partido Comunista cortados en cuartos. Bajó las escaleras y, al
abrir la puerta de entrada de su casa, los 12, 13, 14 o 15 papeles en los que
había estado escribiendo esa semana y la anterior salieron despedidos por el
ventanuco a las huertas de los vecinos. Era un viento sur feroz.
Salimos corriendo tras los papeles por un campo de yerbajos
altos, hasta nuestras rodillas, secos por el calor. Atrapamos casi todos.
Ramiro se quejaba: “Con lo que me cuesta escribirlos, con lo que me cuesta
escribirlos…”.
El otro viernes, 17 de octubre en la 450 de Cruces, cuando
volvimos a recordarlo, me dijo que la pérdida no fue mucha, que solo voló
definitivamente uno de los papeles. Voló una historia. Una.
Ahora, que han pasado no menos de 35 años, sé lo que cuesta
reescribir un texto cuando lo has perdido. En el primer intento, deseas
reescribir lo mismo. Después, renuncias e intentas una versión al menos tan
veraz. Hoy sé que eso es imposible, porque a cualquiera se le ha ido la luz cuado
estaba frente al ordenador. Esas caídas del sistema provocan llantos.
A veces he creído que lo perdido era mejor que lo recordado.
Pero… imagina que ese papel que perdió Ramiro con mi entrevista es precisamente
el texto que reescribió y después te ha encandilado.
Creo que con tiempo podría recordar el olor de la yerba en
la que se perdió esa página.
Esta anécdota la recordaba ayer, con las lagunas de quien en
lugar de vivirla la ha oído, Unai Elorriaga en el texto que publicó en El
Correo.
Una cosa: la última entrevista, la última de verdad, ya me la había concedido. Lo hablé con él en julio. Quería esa entrevista para Pikara Magazine, me dijo que sí. En la 450 de Cruces se lo recordé y no se retractó. ¿Sabría ya que no sería posible?, ¿que se me moriría antes?
Una cosa: la última entrevista, la última de verdad, ya me la había concedido. Lo hablé con él en julio. Quería esa entrevista para Pikara Magazine, me dijo que sí. En la 450 de Cruces se lo recordé y no se retractó. ¿Sabría ya que no sería posible?, ¿que se me moriría antes?
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