Hoy quería proponeros que contemos aquí esas ocasiones en que hemos vivido o hemos sido testigos de episodios de violencia machista. Estoy segura de que, si indagamos en nuestro recuerdo, nos saldrá alguna.
Empiezo yo.
Recupero dos entradas y escribo una nueva historia. Todas vividas en primera persona
La primera es de mi viejo blog 'Bloc de notas' (ésta):
“Era invierno. Y quizá viernes por la noche. Bajaba con mi hermana
por una calle paralela a la salida de Bilbao por San Mamés. Habíamos
estado cenando en un local cercano, en un restaurante indio, y
paseábamos contentas, dando un repaso al menú y sus bondades.
Desde uno de los portales, nos chistó una señora de unos cincuenta y
tantos. Vestía camiseta deportiva y pantalones. Estaba descalza y con el
pie derecho sujetaba la puerta para que no se le cerrara, mientras
sacaba todo el cuerpo por el quicio. Estaba despeinada y ajada, como si
hiciera muchos años ya que aparcó la coquetería en una esquina. Fumaba
tabaco negro.
-¿Tenéis móvil?
Las dos tenemos teléfono y, a esa hora, en esas circunstancias, el
cerebro centrifuga las ideas a velocidad de vértigo. ¿Le presto atención
o sigo mi camino? Decidimos ayudar.
-Sí. ¿Necesita algo?
-Mi marido me está maltratando, he salido de casa para evitar males
mayores porque mi hijo se le estaba enfrentando. ¿Podéis llamar a la
policía?
Lo hicimos. En el 112 me devolvieron la llamada para hacer sus
comprobaciones y preguntaron si necesitaba asistencia médica. No
parecía: estaba nerviosa, pero hilvanaba bien el discurso.
Nos pidió que entráramos con ella en el portal para no dar el cante con
los vecinos. El hijo –un joven de unos 19 años, alto, también descalzo-
estaba sentado en las escaleras.
Esperamos unos minutos, tampoco muchos, y llegaron tres números de la
Ertzaintza, todos de paisano. Al mando iba una mujer y era negra, o
mulata. Poco después llegó la dotación ya identificada.
No recuerdo muy bien los detalles pero me llamó la atención la fría
actitud de los tres policías. Es más, parecían no creerse nada. Creo que
llegaron a decir que no podían ni siquiera detener al marido. Le
preguntaron a ella si quería que la llevaran al hospital y ya nos
fuimos. Estaba todo encauzado, nada teníamos que hacer allí. Tardamos
minutos en volver a decir una palabra mientras seguíamos nuestro paseo
por Bilbao.
Unos días después me llamó ella. Había estado toda la noche vagando a la
deriva por Bilbao con su hijo, hasta que al amanecer cogieron el primer
tren para una casa que tienen en un pueblo de la costa. No podían
volver a casa porque en ella estaba el marido.
Se había separado unos años antes y, cuando el hijo quiso estudiar una
carrera en otra provincia, se dio cuenta de que no le salían los
números. Volvió a convivir con el maltratador porque de esa forma se
producía un ahorro y el chaval podía aprender la carrera que quería. Se
sacrificó por su hijo.
Unas semanas después me citaron en un juzgado para ir a declarar. Me
irritó la actitud del juez, empeñado en tergiversar y sembrar dudas
sobre lo que yo había visto. Parecía no tener tiempo para nada, de modo
que interpretaba constantemente lo que yo decía y se lo dictaba a su
asistente, en lugar de peguntar más hasta saber y poder dictar cosas
ciertas. Hubo un momento en que tuve que mirarle, y decirle que yo no
iba a firmar un papel que recogiera inexactitudes. Esto sucedía pocos
días antes de que entraran en funcionamiento los juzgados de familia.
El juicio aún no ha salido o no me han llamado.
Mal sabor de boca. Me quedó la idea de que en todo el proceso de
asistencia a mujeres maltratadas no se vierte ni una gota del afecto que
probablemente necesitan, que la salida del infierno es un zarzal”.
Hasta ahí lo que escribí en 2006.
Ahora, la actualización que le hice cuando ese blog estuvo temporalmente en la plataforma de El Correo (ésta):
"El juez me citó en un despacho de un secretario. Era una sala grande
en la que había algunas mesas. Llevaba toga y mientras me hacía las
preguntas estaba de pie. Parecía tener prisa por ir a algún lado.
Parecía querer quitarse el asunto de en medio en poco tiempo. Le
parecería insidiosa mi insistencia en hacer las cosas bien.
Un retazo de la conversación fue apróximadamente así:
-Ella dice que él le había tirado el vino por encima. ¿Tenía la ropa manchada?
-Tenía la manga de la camiseta mojada pero no sé si…
-¿Era una mancha roja de vino?
-La tenía mojada. Podría ser vino blanco.
El gesto del juez fue el que pondría alguien que recibiera por
primera vez en su vida la noticia de que el vino es de distintos
colores.
Nunca más me llamaron para nada".
Hace unos años (mi hijo aún era un iño), a eso de las 11 de la noche volvíamos a casa después de cenar donde la tía. Al pasar por el número 40 de la avenida Salsidu, vimos lío de ambulancias, vecinos y policías. Un individuo acababa de matar a su mujer. Saqué de allí a mi hijo volando.
No he conseguido dar con la noticia.
Estos son mis recuerdos, aunque tengo más.
¿Y tú? Anímate a contarlos.
Hace 7 años
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